Capítulo 12

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Después de aquello, salieron del jardín para proseguir con su trabajo pero algo había cambiado en ellos. Los elfos silvanos y síndar veían que la luz de su rey se había intensificado, la expresión de su rostro se mostraba calmada, su mirada serena y una suave sonrisa acompañaba sus labios. Arari, por otro lado, se mostraba risueña, su alegría contagiaba a todos, llenándoles el corazón y el ánimo, se convirtió en una luz entre toda aquella oscuridad, les daba a todos la esperanza que necesitaban pues en sus ojos veían la primavera que estaba por llegar.

Aunque habían acordado no desvelar nada aún porque tenían muchas cosas que hablar, el tiempo pasó entre ellos con miradas cómplices que iban y venían. El trato considerado y amable que Thranduil dispensaba a Arari les resultó extraño a muchos de sus súbditos, así como la atención que Arari le dedicaba a él no pasó desapercibida para quienes la conocían. Se reflejaba en su exterior la calma y la dicha que tenían en sus corazones.

Con el pasar de los días, la tensión fue creciendo como si, en su interior, supiesen que el ataque estaba cercano. Aquella noche, Arari se dirigía a su habitación acompañada de Eril, Énade y Elanor, después de haber estado encerradas largo tiempo en el despacho de Thranduil junto a Haldir, Altaion y Galatur, discutiendo la defensa del reino y los efectivos de los que disponían, por suerte, la mayoría de heridos habían sanado bien y los demás habían salido del estado crítico. Sumado a que Haldir y los demás que venían del bosque de Lothlórien habían traído los arcos y flechas de Caras Galadon, para ellos y suficientes para equipar a buena parte de los elfos del Bosque Negro.

Entraron en la habitación y se dirigieron a la zona de baño, donde les esperaba aquel manantial de agua cristalina y templada, perfecta para relajar sus músculos antes de dormir. Se despojaron de sus ropas, soltaron las trenzas de sus cabellos y se peinaron antes de entrar al agua. Una vez dentro se relajaron en silencio hasta que Énade lo rompió.

— Tengo que preguntarlo, no puedo callarme más, y no mintáis vosotras dos porque sé que también queréis saberlo. — Las otras tres le prestaron atención al instante.

— ¿A qué te refieres? — Arari sentía que era la única que no sabía de qué hablaba.

— Y tú no te hagas la tonta y ve soltando. ¿A qué vienen esas miraditas entre el rey Thranduil y tú? — Preguntó acercándose a Arari.

— No se qué quieres decir. — Notaba cómo las mejillas se le sonrojaron rápidamente.

— Arari, cielo, eso no se lo cree nadie. — Dijo Eril.

— Tienen razón, todos en esa habitación nos dimos cuenta. — Explicó Énade. — Y creo que la mitad del reino que estaba fuera también.

Arari estaba realmente avergonzada, habían quedado que no lo harían público, no por el momento, seguramente esperarían a que pasase la guerra porque lo último que querían era desestabilizar el reino lo más mínimo o tener que dar explicaciones con todo lo que estaba sucediendo.

— ¿Tanto se nota? — Dijo en voz baja.

— Sí. — Afirmó tajante Elanor.

— Lo suficiente. — Suavizó Eril.

— Se nota mucho. — Énade no era tan suave.

— ¡Oh, por todos los Valar! — Arari se tapó la cara con sus manos. — Thranduil y yo estuvimos hablando, sabéis perfectamente lo que he sentido por él siempre. — Suspiró tomando aire. — Me dijo que me había correspondido desde un principio pero que había estado dividido entre su amor por su esposa y lo que sentía por mí, así que no me dijo nada e intentó olvidarme, como yo a él.

— Hizo bien, no podéis estar juntos. ¿Qué haréis? ¿Violar la ley de los Valar o permanecer para siempre en la Tierra Media? — Eril era la más sensata, le dolía por ellos pero debían pensar en las consecuencias. — Tanto Thranduil como tú querréis ir a Valinor en algún momento para estar con vuestros seres queridos, no podéis quedaros aquí.

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