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Podría enfrentarse a cualquier cosa excepto a eso. No había sitio para la lógica. No podía arriesgarse a perderlo y eso era lo que podría ocurrir si le contara la verdad. La alternativa también era un riesgo, pero si no le decía nada sobre su gemela, nunca se enteraría de que ésta existía.

Andy estaba a miles de kilómetros de distancia y Eliot no tenía por qué saber que con quien en realidad estaba prometido era con Andy. Como dicen, ojos que no ven, corazón que no siente. Era un juego peligroso. La clase de situación en la que jamás se había visto envuelta antes. Quizá no fuera honrado, pero no podía arriesgarse a perderlo. Sabía que podía acabar teniendo más problemas de los que podía manejar, pero valía la pena arriesgarse. Amar a Eliot merecía cualquier riesgo, excepto el de perderlo.

Sonó el timbre y Aria se asustó. Tragó saliva nerviosamente y se alisó la falda con cuidado exagerado. Había tomado una decisión y no había forma de volverse atrás. Con una última mirada al espejo, tomó su bolso y un chal de seda y fue a abrir la puerta.

Eliot estaba al otro lado, increíblemente atractivo con un esmoquin y una camisa blanca de seda. Sin decir nada admiró su vestido y sonrió, con un brillo muy especial en los ojos.

-Veo que hemos pensado lo mismo -murmuró seductor enviando un escalofrío por la espalda de Aria.

- ¿Qué hemos pensado? -preguntó ella sin aliento.

Quería que esa noche fuera especial, por eso había elegido ese vestido en particular.

-Que cenemos en mi suite. A menos que tengas alguna objeción.

Sabía que no la tenía, pero quería oírselo decir a ella.

-Ninguna que yo sepa.

-El taxi está esperando -dijo ofreciendo su brazo.

Los dos sabían que la idea a la que se refería Eliot era hacer el amor esa noche.

Lo que cenaron aquella noche, a la luz de las velas y escuchando una música suave al lado de la ventana, Aria no pudo recordarlo nunca. Ni siquiera recordaba lo que Eliot había dicho. Pero lo que nunca olvidaría era su cara. Podía haber explotado una bomba a su lado y ella no hubiera podido apartar los ojos de su cara. Le encantaba que se riera con los ojos además de con la boca. Le encantaba el sonido de su voz y la manera en que la dejaba temblando.

Embelesada, lo observó a la luz de las velas mientras hablaba. Lo quería tanto que dolía. Su corazón se sentía tan lleno de emoción que la sorprendía que no estallara. Aria no se dio cuenta del momento en el que él dejó de hablar y simplemente se quedó mirándolo, con una leve sonrisa en los labios.

- ¿Has oído algo de lo que estaba diciendo? -preguntó Eliot.

Aria volvió a la realidad con un parpadeo.

- ¿Qué?

-Te he preguntado si has oído algo de lo que estaba diciendo.

-Cada palabra -contestó Aria. Eliot levantó las cejas incrédulo.

- ¿Qué estaba diciendo?

-No tengo ni idea -confesó riendo abiertamente.

-Eso era lo que pensaba -dijo sardónico-. ¿Te ha gustado el pescado?

- ¿El pescado, qué...? -respondió confusa. Mirando el plato vacío delante de ella se dio cuenta a qué se refería.- Ah, el pescado, sí, estaba delicioso.

-Era carne -dijo él divertido-. Podría haberte invitado a una hamburguesa y te hubiera dado igual ¿no?

A Aria no le importaba que se riera de ella. Esa noche sólo tenía ojos para él. Nada más en el mundo importaba en absoluto y ese pensamiento le causó una cierta ansiedad. Clavó sus ojos marrones en los de él.

-Eliot, prométeme que nunca olvidarás que te quiero con toda mi alma -dijo Aria con tono de urgencia.

- ¿Estás planeando marcharte a algún sitio? -preguntó burlón.

- ¿Por qué dices eso?

-Porque ha sonado como si me fueras a dejar -dijo Eliot tranquilamente.

No había querido dar esa impresión y tomó su mano a través de la mesa.

- ¡Nunca! Nunca podría dejarte. Sólo podrás librarte de mí sí me echas de tu lado.

Sus dedos se entrelazaron.

-Eso sería como echar a un lado la mejor parte de mí y no va a ocurrir nunca. Sé que me quieres, Aria. Nada me hará olvidar eso.

-Promételo.

-Te lo prometo-dijo solemnemente.

Ella dejó escapar un suspiro.

-Debes de pensar que soy una tonta.

-Creo que eres la mujer más maravillosa que he conocido en mi vida y cuando coloque el anillo en tu dedo mañana seré el hombre más feliz del mundo -dijo Eliot con tal emoción en su voz que el corazón de Aria se llenó de felicidad.

-Y yo la mujer más feliz -confirmó ella con el corazón en los ojos.

Los dedos de él apretaron aún más su mano mientras se aclaraba la garganta.

-Baila conmigo -dijo levantándose.

Se dirigieron al centro de la habitación y Aria se apretó entre sus brazos con placer. Se movían lentamente, ella con la cabeza apoyada en su hombro y él con la barbilla rozando su pelo. Ahí era donde quería estar. Ése era su hogar. Nunca antes se había sentido mejor.

Cerró los ojos cuando la mano de él empezó a acariciar su espalda, enviando deliciosos escalofríos por su piel. Mientras seguían bailando, sintió un fuerte muslo entre los suyos despertando una sensación de deliciosa tortura dentro de ella. Como si se diera cuenta, Eliot la apretó más fuertemente contra él, tan cerca que pudo sentir la respuesta masculina a su propia excitación. Sus párpados parecían pesar terriblemente cuando intentó abrirlos. Sus ojos oscurecidos por la pasión encontraron los ardientes ojos verdes.

Sosteniendo su mirada, él se llevó su mano a los labios y, colocando uno de sus dedos en su boca, lo envolvió con la lengua. El corazón de Aria dio un vuelco y sus ojos se entrecerraron hasta que lo estuvo mirando a través de las pestañas. Podía oír los latidos de su corazón y su aliento cerca de su garganta. Su piel estaba vibrando de deseo y sus pechos, con los pezones endurecidos, dolían encerrados dentro de la tela del vestido.

Quería que la tocara. Quería sentir sus manos y sus labios en una carne que deseaba ardientemente sus caricias. Pero Eliotnno tenía prisa. Abandonó su mano y tomó su cara, inclinando la cabeza para dejar que sus labios probaran los suyos. Rozándolos, mordiéndolos, la llevó al borde de la desesperación antes de que su lengua finalmente rozara su boca. Sus labios se abrieron para él y un gemido salió de su garganta cuando su lengua se hundió dentro de su boca, reclamándola. Una ola de fuego se encendía dentro de ella con cada roce de su lengua contra la suya y deslizó la mano desde la nuca de él hasta su pelo, acariciándolo y enredando sus dedos en él.

Beso tras beso, sus lenguas se movían profundas, incitadoras, imitando el acto que ambos deseaban. Cuando Eliot apartó los labios de los suyos con un gemido, Aria temblaba de deseo, con las rodillas tan débiles que sólo se mantenía de pie sujeta por la fuerza de su brazo. Jadeando, se miraron a los ojos y, con un gemido, Eliot la levantó en sus brazos. La razón volvió por un momento.

- ¡Eliot, no, recuerda que has estado enfermo! -exclamó Aria asustada.

Pero él la apretó aún más fuertemente y la miró con pasión salvaje.

el prometido de mi hermana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora