Aria se dio la vuelta y miró al hombre conectado a todos aquellos cables. Se acercó más y se dio cuenta de que no podía apartar la mirada. Parecía tan vulnerable tumbado en esa cama, con su atractiva cara llena de heridas y contusiones, era tal su desamparo, que algo en su corazón se conmovió y se le hizo un nudo en la garganta. Su reacción la sorprendió incluso a ella misma e intentó racionalizarla. «Estoy sufriendo una reacción normal», se dijo a sí misma. «Le estoy agradecida, aunque Andy no lo esté y siento mucho que esté tan malherido. Es la curiosidad lo que hace que siga mirándolo».

Así que aquél era Eliot Hutch. Incluso inconsciente, tenía una cara llena de carácter y personalidad. Aunque era muy guapo no había nada suave o débil en sus rasgos. Se preguntó de qué color serían sus ojos, pero lo único que podía ver eran las pestañas más largas que había visto nunca en un hombre y una boca llena de sensualidad, que hablaba de fuegos escondidos. Fuegos que podrían no volver a calentar a nadie nunca más. No sabía explicarse por qué ese pensamiento le hacía daño, pero tampoco podía ignorar el hecho de que era así. Sentía como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el pecho y se hubiera quedado sin fuerza en las piernas.

Temblando, Aria empezó a buscar una silla con la mirada y se fijó en el brillo del anillo que seguía sobre las mantas. Lo tomó, conteniendo el aliento ante la belleza del zafiro rodeado de diamantes. Debía de haber costado una pequeña fortuna y su hermana lo había tirado como si fuera una baratija. Igual que había arrojado de su vida aEliot.

Aria iba a guardarlo en el bolso, pero recordó que había salido sin él. Había guardado las llaves y el dinero en el bolsillo de la gabardina y había salido corriendo. Si metía el anillo en el bolsillo de la gabardina se podría perder, así que decidió ponérselo. En el único dedo en el que cabía sin que se cayera o le apretara demasiado era el anular de la mano derecha y le dio una extraña impresión verlo allí. Si hubiera sido del tipo soñador hubiera pensado que era el destino, pero Aria estaba orgullosa de tener su cabeza sobre los hombros y sabía que no era más que una coincidencia.

Entró una enfermera y esta se apartó para que pudiera hacer su trabajo. Mientras estaba esperando, se dio cuenta de que le hubiera gustado poder hacer algo por él, pero no podía hacer nada más que mirar y esperar. Nunca se había sentido tan angustiada. Pero por supuesto, era natural, considerando que ese hombre acababa de salvar a su hermana con considerable riesgo para su propia vida. Incapaz de estar sin hacer nada, Aria se quitó la gabardina y la dejó sobre una silla para que se secara. Después intentó peinarse un poco el pelo mojado. Por lo menos su ropa, el traje negro y la blusa blanca de seda que había llevado al Juzgado estaban secos. Hasta que la enfermera terminó su trabajo se paseó arriba y abajo por la habitación.

- ¿Puede decirme si la familia del señor Hutch ha sido avisada?

-Sí. Yo misma les avisé. Deben de estar a punto de llegar.

- ¿Puedo hablar con el médico? Tengo que saber si el señor Hutch se va a recuperar. -La enfermera sonrió comprensiva.

-Claro. Le diré a la doctora Sparks que venga.

el prometido de mi hermana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora