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-Quizá, pero no puedo evitarlo -gimió el y puso sus labios sobre los de ella.

En ese momento a Aria no le importaba a quién culparía más tarde, porque eso era lo que ella quería. El contacto de sus labios en los suyos hizo que el mundo empezara a dar vueltas y, cuando sintió el roce de su lengua, se abrió para él con un gemido. No podía pensar, sólo sentir.

Eliot la abrazó, apretándola tan fuertemente contra su pecho que ella gimió de placer y de dolor. Era maravilloso. Temblaba mientras la lengua de Eliot buscaba impaciente la suya y, con las manos alrededor de su cuello y los dedos enredando su pelo, casi perdió el sentido. Como ella había supuesto, un beso no fue suficiente.

Después de uno vino otro y otro. Cada uno era más ardiente que el anterior y los dejaba temblando, sintiendo el latido de sus corazones mientras el poder de su pasión amenazaba con desatarse.

Entonces, como de lejos, oyó que Eliot estaba maldiciendo y los besos terminaron. Desorientada, lo miró y vio cómo la pasión era reemplazada por el desprecio. Aunque lo había esperado, la destrozó.

-Tenías razón, no debía haberlo hecho -dijo Eliot tristemente.

- ¿Aunque te diga que yo no lo siento en absoluto? -confesó ella con una vaga sonrisa.

-Esto no funciona, Aria.

El corazón de Aria latía con fuerza.

- ¿Qué quieres decir?

Harry dio un paso atrás, distanciándose de ella.

-No puedes hacerme olvidar usando tu cuerpo, aunque sea un cuerpo en el que yo quiera perderme.

- ¡No estaba intentando hacer eso!

- ¿No? Por supuesto que lo hacías.

Era su única arma. Aria levantó la barbilla.

- ¿Me culpas por intentarlo? -preguntó.

Eliot negó con la cabeza.

-Probablemente yo haría lo mismo.

Decir eso era fácil para él, pensó ella .

-Pero tú nunca te hubieras puesto en esta situación ¿Es eso lo que quieres decir?

Él no tuvo que decir nada, su expresión era suficiente. De repente sus ojos se llenaron de lágrimas.

-No puedo ganar, ¿verdad?

Iba a perderlo. La certeza era como plomo en su corazón .Los ojos mieles se clavaron en su rostro.

-No debes llorar -advirtió él preocupado.

-Tú puedes hacerme la mujer más feliz de la tierra con sólo dos palabras.

Se le escapó una lágrima que se secó con la palma de la mano.

-Tienes que calmarte.

- ¡Te quiero, maldito seas! Pero eso no es suficiente, ¿verdad?

-No. Sólo empeora las cosas -dijo dándose la vuelta para irse-. Vete a la cama-aconsejó él saliendo de la casa sin volver la mirada. Aria se quedó mirando la puerta cerrada.

¿Para qué estaba perdiendo el tiempo? Nada de lo que dijera o hiciera iba a cambiar nada. Lo había perdido. Podría seguir casada cincuenta años más, pero no lo recuperaría. Su apuesta no había valido para nada. Había creído que merecía la pena el riesgo, pero había descubierto demasiado tarde que no era así. Nunca se lo perdonaría a sí

el prometido de mi hermana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora