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-Piedad es la única emoción que no me produces, Aria -contestó Eliot- Me da pena, sí, pero por la niña que se sentía sola a pesar de tener una hermana. Cuando pienso en la mujer que tengo a mi lado, la piedad es lo último que me pasa por la cabeza.

Con sólo mirarlo a los ojos supo lo que quería decir y se ruborizó. De repente, también era en lo último en lo que ella podía pensar.

-Oh -dijo sin saber qué decir.

-Exactamente -dijo Eliot sonriendo.

Aria se quedó en silencio durante un par de segundos intentando controlar los nervios.

-Creo que este es el momento para decir que lo mejor sería que me fuera a la cama -dijo por fin y se mordió los labios cuando él empezó a reír.

-Cualquier mención a esa palabra me puede dejar la presión sanguínea por las nubes.

Su respuesta fue tan cálida y rápida como si su propia presión sanguínea estuviera en la estratosfera.

-No puedo hacer nada para evitarlo.

Él le lanzó una mirada muy expresiva.

-Aquí no, desde luego -dijo mirando a su alrededor.

-Quizá....- ¿Sí? ¿Quizá qué? Aria cerró los ojos.

-Quizá lo mejor sea que me cuentes todo sobre tu infancia -sugirió ella sin aliento-. Empieza desde el día que naciste.

- ¿Intentas que no piense en ello?

-No, intento no pensar yo en ello.

Eliot tragó saliva y cerró los ojos un momento.

-Déjame ver. Nací un martes... -empezó.

Ella se apoyó sonriendo en el respaldo de su silla y escuchó el sonido hipnótico de su voz.

¿Era tan difícil de entender que le diera terror perderlo? Era el hombre más perfecto que había conocido nunca. ¿Cómo demonios iba a contarle la verdad? ¿Y cómo podía no hacerlo? Era un dilema que la persiguió durante todo el día siguiente en la oficina.

No había esperado la fiesta de despedida que organizaron para ella a la hora del almuerzo ni el regalo de sus compañeros, que la recordó lo feliz que había sido trabajando allí y en parte sintió pena por marcharse. Pero la realidad de sus acciones no quedó clara hasta que se empezó a arreglar para ir a cenar con Eliot unas horas más tarde.

Se había puesto un vestido negro y estaba admirando la caída de la falda por encima de las rodillas y el remate de encaje de las mangas que le daban un toque de fragilidad, cuando la verdad la golpeó en la cara.

Renunciando a su trabajo, aceptando los buenos deseos y los regalos de sus colegas y casándose con Eliot su futuro estaba con él. No que quizá su futuro estuviera con él, sino que sin duda lo estaba. Lo que significaba que sólo podía tornar una decisión.

Sin moverse, observando su imagen en el espejo, era como si estuviera hablando. No vas a decírselo, ¿verdad?, la acusó su imagen y ella leyó la respuesta en sus propios ojos. No, no se lo iba a decir. No podía. Toda su vida se había sentido sola y había deseado algo que no podía describir. Pero sabía que lo había encontrado en el amor que sentía por Eliot hutch

La sola idea de perderlo la enfermaba.

el prometido de mi hermana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora