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Eliot no la vio inmediatamente, lo que le dio oportunidad de observarlo a su antojo. Siempre la dejaba sin aliento y se imaginaba que eso ocurriría siempre. Debió hacer algún ruido porque él se volvió y, sonriendo, se dirigió hacia ella.

-Hola, ¿qué te apetece más, una bebida fría o un beso caliente? -bromeó ella invitadora.

Esperaba ver ese brillo familiar en sus ojos y la sonrisa indolente que enviaban escalofríos por su espalda y Eliot no la defraudó.

-Las dos cosas, pero en diferente orden -dijo él dejando el maletín en el suelo.

Aria dejó las copas sobre una mesita y, pasando los brazos alrededor de su cuello, levantó la cara para besarlo. Fue un beso lánguido, erótico y muy, muy caliente y cuando se separaron los dos respiraban con dificultad.

-Creo que necesito una copa -dijo Aria

-Siempre podemos llevarnos las copas a la cama -sugirió Eliot con una ceja levantada.

Si Aria no hubiera tenido otros planes, habría dicho que sí en un segundo. Pero los tenía, así que negó con la cabeza.

-No. La cena casi está lista. Sólo tienes tiempo para darte una ducha y cambiarte de ropa.

Por primera vez, Eliot se fijó en su vestido y la miró sorprendido. Mirando a su alrededor, se dio cuenta de que el salón estaba casi a oscuras, iluminado solamente por la luz de las velas y su sonrisa desapareció.

- ¿Estamos celebrando algo?

Aria casi podía ver las ruedas de su cerebro dando vueltas, intentando recordar si había olvidado algo y tuvo que contener la risa.

-No te preocupes, no te has olvidado de mi cumpleaños. Hoy hace ocho meses que nos casamos y me pareció buena idea celebrarlo con una cena especial. He hecho todos tus platos favoritos.

-Ocho meses, ¿eh? Parece como si hubiéramos estado casados toda la vida.

- ¿Eso es malo o bueno? -preguntó ella un poco nerviosa.

- ¿Tú qué crees? -contestó él sonriendo.

Aria respiró aliviada.

-Si no quieres que se queme la cena, lo mejor será que te des prisa -advirtió y, con una sonrisa, Eliot subió corriendo las escaleras.

Cuando volvió a bajar, los platos ya estaban en la mesa. Él sacó la botella de vino de la nevera y Aria observó cómo lo servía, contenta de que se hubiera vestido acorde con el espíritu de la velada, con una camisa blanca de seda, con el cuello desabrochado, y los pantalones del esmoquin.

-Por la esposa más guapa del mundo -brindó él levantando su copa.

-Por el marido más guapo -dijo suavemente ella.

Se miraron a los ojos antes de concentrarse en la cena. Estaban tomando café cuando Aria por fin decidió contarle la verdadera razón de esa celebración.

-Por cierto, tendremos que volver a llamar al decorador -dijo como sin darle importancia.

- ¿Por qué? Creí que habías dicho que la casa estaba perfecta.

Había sido perfecta hasta ese momento, pero ya no.

-No me gusta el color de la habitación pequeña.

Eliot la miró.

el prometido de mi hermana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora