XVIII

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"Gran Maestre" las voces se agolpaban en su nuca
Tenía una mancha de sangre en la mejilla derecha y su puño izquierdo aún goteaba un líquido negro espeso que iba cayendo a medida que su armadura se movía por su avance.

Talrifel había vuelto al mundo que conocía, al de guerras y sufrimiento. Sonrió aún con el shock de volver como si lo que acababa de hacer hubiera sido un sueño. Una pesadilla terrible de la que por fin había despertado.

Allá a lo lejos, en un mundo del Mechanicus se estaba llevando una investigación, tratando de recomponer lo que el hijo había hecho al visitar a su padre. Pero ya eso estaba a lo lejos, ya no podría hacerle daño, ya no le podría afectar. "La vida sigue, la vida sigue, estoy vivo" se repetía una y otra vez mientras el pasillo de abordaje se le hacía eterno.

Llego al puerto principal, respiró ese olor a metal fundido y a sudor en el aire, otras veces lo podría considerar repulsivo y se metería rápidamente a sus instalaciones donde podría pensar, pero hoy no, hoy ese olor le daba la bienvenida al mundo real, a su mundo real; a su diario vivir.

El puente de mando de la Sollozos estaba llena de gente que iba y venía, los astrópatas estaban en las cámaras de comunicación traduciendo los mensajes que recibían del exterior, la tripulación de navegantes estaban en estos momentos descansando y tomando la ración diaria de Labentrak para mantenerse en forma y listos para dirigir la nave si en algún momento tenían que hacer una maniobra de improviso; Constancio se giró al escuchar pasos detrás suyo, por unos momentos no podía creer lo que estaba viendo delante.

Talrifel ni siquiera lo miró mientras caminaba pesadamente hacia una de las cápsulas de desembarco. Ni una sola palabra ni mirada llegó a los oídos ni ojos de Constancio mientras su amigo, o lo que él pensaba que Talri creía, cerró la compuerta y apretó el botón para partir.

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"La muerte alrededor ya no tenía sentido" pensó Dahlaser al ver una de las últimas fortificaciones aún en pie. Ya no había sitio donde huir, no había sitio de refugio para los civiles, las verdaderas víctimas de toda esta guerra.
Las provisiones se iban acabando, no había más tierra de la cual podrían pedir suministros. Una única ciudad más y no tendrían otra opción más que refugiarse dentro de el palacio Real y alzar una oración al Emperador por su atención en ellos.

La vista que se dibujaba en el horizonte era muy lúgubre: donde antes habían valles grises y fábricas con edificios para los trabajadores que trabajaban de soles a soles; ahora no quedaba absolutamente nada en pie, y solo los fuegos que aún seguían llenando de luz a sus alrededores. Todo lo que podría mostrar que alguna vez una población entera se había asentado ahí ya no existía.

Dah apartó la vista del paisaje para centrarse en el campamento. Lo único que hacía a su capítulo resistir hasta este momento había sido sus números con la habilidad de los héroes; pero ya incluso éstos se iban acabando, poco a poco vio que la caída estaba cada vez más cerca, más palpable.

Así caminó y caminó, acercándose al frente. A la tierra de nadie, a los límites de ésta se puso su casco, los tallados de su historia reluciente a la luz de la luna roja. Tomó aire hasta que los pulmones se le llenaron para acto siguiente dar el grito psíquico más grande que su mente llevada por su alma pudo hacer.

Embistió hacia las líneas enemigas. No recibió ni un disparo, ni un grito de alerta, todos estaban completamente ciegos y sordos a su muerte. Con la espada en alto penetró en el cráneo de el primer Lágrimas que encontró, fue a su compañero y lo decapitó mientras daba una vuelta sobre si mismo sacando la pistola de plasma. La sobrecalenta y da un único disparo a un tanque que estaba aproximándose, el disparo atraviesa el tanque limpiamente matando al conductor en el trayecto; al ser ya inservible para él Dah tira el arma al suelo mientras saca un cuchillo de su pierna izquierda y lo clava a la carrera en el estómago de un astarte que acababa de salir de una tienda de campaña.
Ahora si escucha gritos de alerta, oye mil pasos mientras siente la tierra temblar debajo de sus pies. Los pasos se detienen y todos los Lágrimas con vida rodean a el Maestre de los Palabras, apuntándole con sus armas. Dahlaser grita una última orden: "¡VAMOS!", antes de cerrar los ojos para aceptar su destino.

Acepta tu historia (RLFV Libro 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora