TREINTA Y DOS

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Plan "Atake (2)"


El primer paso era ir a buscar el dinero. Agradecía con toda mi alma el acto bondadoso que había tenido Leonardo, a pesar de saber que se debía a que él se sentía atraído hacia mí no me iba a cansar de agradecer aquello.

Por otra parte, estaba que moría de ansiedad. Sí, yo había aceptado casarme con él, pero no lo amaba y me carcomía el alma el hecho de casarme con alguien que no amaba, a pesar de que nunca tuve esperanzas de casarme. Y trataba, juro que trataba de hacerme a la idea de que él me amaba, era un buen hombre, respetuoso, un buen amigo y que follaba increíble, por ende, debía amarlo, pero se me estaba haciendo difícil dicha acción.
Y más al tener a cierto ministro calando mis huesos hasta llegar al alma.

Mi mente no dejaba de proyectar sus manos en mis caderas y sus ojos brillantes al punto de parecer empañados en lágrimas. Mi entrepierna se tensaba cada vez que renmemoraba su boca en ella. Estaba hecha un desastre.

Mientras conducía me hice a la idea de cuál era mi lugar y en lo que verdaderamente debía concentrarme. Así que estacioné en la zona permitida y me bajé en la cafetería donde varias veces me encontré con... mi futuro esposo.

Leonardo se hallaba ahí intercalando la mirada de su reloj a la puerta hasta que sus ojos me enfocaron, sonrió y esperó a que me acercara a él. Él era hermoso, su cabello castaño con destellos rubios y canosos lo hacían ver increíble, su piel se veía más bronceada dándole un aire coqueto y sensual.

La imagen de Saint sonriendo mientras recorría sus manos por mi cintura y cadera hicieron que mi sonrisa temblara y mi corazón se moviera con desespero.

«¿Que mierda, Saint? ¡Sal de aquí!»

Arrugué mi entrecejo por la maldita interrupción de Saint en mis pensamientos, y seguí caminando.

—¿Qué sucede? —Leonardo lucía preocupado y alerta, forcé una sonrisa para que no pensara cosas que no son.

—No es nada —él se levantó de su asiento y plantó un beso en mi frente, yo traté de hablar con tacto—. Leo, no quiero que pienses que...

—Necesitas el dinero, ya lo sé —me interrumpió, tomando la maleta que había en una silla que no había divisado cuando llegué—, ve por Yoce, cuídate, y cuando vuelvan iremos los tres de vacaciones.

Sonreí suavemente, sintiendo mis ojos pesados y mis mejillas calientes por la sensación de ternura que me abarcaba.

—Eres perfecto, Leo.

Él sonrió con altanería.

—Ya lo sé —se acercó a mí y me rodeó con sus brazos—, vuelvan, por favor.

Yo apreté mis brazos por su torso sintiendo lo fuerte y cálido de su cuerpo.

—Lo haremos.

Me separé y sacudiendo mi mano en forma de despedida salí de allí.

El segundo paso era ir hasta los edificios de Axel y prepararnos. Cuando llegué habían tres camionetas, dos hombres en cada una; me bajé del auto y caminé hasta Axel que repartía armas a cada uno de los hombres que irían con nosotros.

—¿Listos?

Él se giró al escucharme y, sin responder a mi pregunta, me tomó del brazo y me arrastró hasta un rincón del edificio. Cuando estuvo frente a mí alzó sus manos, apretó mis mejillas y me plantó un beso en los labios.

Abrí mis ojos como platos y mi boca quedó entreabierta por la sorpresa. Axel, en cambio, soltó mis mejillas y con una mueca de asco pasó el dorso de la mano por sus labios.

Una Mujer Bien Pagada ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora