SEIS

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Capítulo 6

Narra Black.

—Sube, Yoce —le pedí a mi hermana, ella me miró asustada e indecisa—. Vamos, sube, yo iré en un momento.

Dubitativa asintió y se fue nuevamente por donde vinimos.

La imagen que tenía frente a mí era escandalosa, no solo se veía el cuerpo quieto de José en el piso, a su lado, había una señora de unos cincuenta años que, al ver la situación, se había desmayado.

Las personas me veían de reojo, algunas directamente, esperando con curiosidad cuál sería mi reacción; pero yo también estaba perpleja, no podía mover mis músculos por más que mi mente lo pedía. De forma pausada llevé las manos a mi bolso estudiantil y saqué mi celular, llamé al número de emergencias e informé lo sucedido.

Ni siquiera tenía idea de cómo se me había ocurrido hacer aquello.

Augusto, el vigilante, hacía lo mismo que yo, no se animaba a abrir las puertas de vidrio, y tampoco se animaba a dirigirme la palabra.

—Abre la puerta, Augusto —ordené, mi voz era firme, pero la sentí temblar en algún punto.

Él asintió sin pronunciar palabra y abrió las puertas. Salí a paso lento y me agaché al lado de la señora, empecé a acomodar su cuello con la ayuda de Augusto, y con un cuaderno que me pertenecía le eché aire en el rostro.
No quería mirar más allá de la señora, ya había visto suficiente, la cera llena de sangre y sesos, más un cuerpo sin vida, eran suficiente para no dormir por noches.

En mi pecho estaba la sensación tortuosa de culpa, pero me repetía una y otra vez: «No es tu culpa, fue su decisión, él es… era un hombre adulto». Y también estaba el otro lado de mis pensamientos: «Tú lo dejaste llegar hasta éste punto, debiste terminar las cosas cuando debías».

Cuando llegó la policía, el perito forense y una ambulancia, mis pensamientos se disiparon y dieron paso a la madurez, obligándome a responder cada pregunta que me hacían los funcionarios, ya que, muchos transeúntes, me habían señalado como la principal responsable de aquel suicidio.

Llamaron a los familiares de José y, por decisión propia, me desentendí de aquella espantosa situación. Me subí al ascensor con el corazón latiendo frenéticamente, sentía que me faltaba el aire y que en cualquier momento mi cuerpo cedería y caería, frágil como una muñeca de trapo, al suelo de aquella caja de metal.

Yoce me esperaba con los dedos metidos a su boca, caminaba de un lado a otro mientras se comía las uñas, solté mi bolso en el mueble de la sala y caminé hasta ella. Cuando la abracé, pude liberar aquella presión en mi garganta, pecho y estómago.

Lágrimas caían a borbotones por mi rostro y Yoce me seguía, sus brazos rodeando mi cintura mientras los míos rodeaban su cuello, espasmos incontenibles se hicieron presente en nuestros cuerpos. Esto era lo que necesitaba, un abrazo de la persona que más quería en la vida, un abrazo de mi hermana.

—No es tu culpa, Black —susurró como pudo, su voz entrecortada por los sollozos.

—Siento que sí —confesé con un hilo de voz.

Sentí cómo negó una y otra vez contra mi pecho.

—Tú no disparaste el arma.

—Pero fui la causa de que lo hiciera.

Ella negó nuevamente, sus sollozos volviéndose más incontrolables.

—Él tenía el arma, fue su decisión.

Yo asentí, tratando de grabar esas palabras en mi mente y creerlas.

—No llores, Yoce —le pedí.

Una Mujer Bien Pagada ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora