DIECISÉIS

2.1K 310 117
                                    

Realmente había llegado el momento.

¿Cómo convences a alguien de ser la mejor prostituta, si ni siquiera te deja mostrar tus excelentes servicios sexuales?

O peor aún... ¿Cómo convences a alguien de ser buena cogiendo, si le tiene fobia al sexo?

Exacto, complicado, pero yo tenía la solución, siempre tengo la solución. Por eso me encontraba en una chocolatería buscando un afrodisíaco, porque sea como sea, debía convencer a Saint de mis increíbles artimañas en el ámbito sexual.

Había escogido unos bombones, grandes, marrones y redondos; la caja contenía seis de esos más un chocolate blanco gratis, por una promoción. Antonio, el chófer de Saint, me esperaba pacientemente mientras que yo hacía fila para pagar mi pedido.

Luego de haber salido de todo el ajetreo, nos subimos al auto y avanzamos por la principal hasta la casa del ministro.

Realmente esperaba ver una casa muy grande, o hasta llegar a un edificio y subir a un penthouse, pero lo que había ante mis ojos era una casa hogareña, en una residencia como cualquier otra, aunque con un poco más de clase. Estaba sorprendida.
Antonio me guió hasta la entrada, tocó lo puerta y al escuchar un «voy» de alguien detrás de ésta, se alejó, dejándome sola con la vista fija en la madera blanca.

—Black.

Un Saint en ropa informal, con una gran sonrisa y un aire de haber descansado todo el día, me recibió.

—Ministro —pronuncié suavemente.

—Pasa —él señaló dentro de la casa y se colocó de lado para permitirme entrar.

Cuando di un paso dentro de la casa, Saint tomó mi mejilla con su mano y se acercó hasta depositar un suave beso sobre mis labios.

Estaba perpleja, tanto que ni siquiera podía cerrar mi boca, mis ojos estaban fijos en la camisa blanca de Saint y mi respiración se había convertido en una lucha primitiva por conseguir oxígeno, él, aprovechando aquello, se acercó nuevamente y dejó otro beso en mis labios, uno más largo, pero sin movimientos, solo un toque delicado.

—Bienvenida —habló, colocando una de sus manos en mi espalda para llevarme dentro de la casa.

Escuché la puerta cerrarse, así que me obligué a salir de mi estupor y avanzar conforme él me guiaba.

La propiedad era preciosa, tenía desde aparatos de última generación, hasta toca discos y radios de cinta, las paredes blancas combinado con los muebles marrones y beige convertían aquel lugar en algo cálido, haciendo la estancia placentera.

—Me gusta mucho tu casa —hablé, pero mi voz sonó extraña, así que tuve que carraspear.

—Gracias... ven, vamos a la cocina.

Saint me llevó por un pasillo hasta llegar a una cocina aún más hermosa que todo lo que había visto ya, pero no me pude concentrar por mucho tiempo en ésto ya que, frente a mí, Saint tomaba un delantal y se lo ponía. Era la imagen más divertida y sensual que había visto en mi vida.

—¿En serio vas a cocinar? —pregunté dubitativa.

Él alzó la mirada y la entrelazó con la mía.

—Por supuesto.

Su respuesta era sencilla, como si estuviese acostumbrado a cocinar para otra persona.

«Mm... no me lo creo»

—¿Necesitas ayuda? —pregunté, para obligarlo a decirme que no sabe cocinar y que en realidad tiene a una ancianita que es como su nana que le cocina.

Una Mujer Bien Pagada ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora