1. AXEL

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Los primeros rayos de la mañana me alumbraron los ojos aún cerrados. Gruñí ante la luz, como si fuese a apagarse por mi incomodidad. Me levanté sin despegar mis párpados y busqué con los pies mis zapatillas para dirigirme al baño. Me lavé la cara con agua fría sintiendo el sobresalto por la temperatura. Después, me miré al espejo como todas las mañanas; ojeras notables, cabello desaliñado, las pecas salpicaban mi rostro de una forma demasiado infantil para mi gusto. Suspiré y, después de mirar mis propios ojos en el reflejo, salí del cuarto de baño. En la acción, me encontré con mi hermana, Alycia. Cómo no, ella ya estaba preparada para ir a clase.

- ¿Cómo es que siempre te levantas tan tarde? - dijo con sorna - Deberías despertarte antes, enano.

Rodé mis ojos y me dirigí de nuevo a mi habitación ignorándola por completo. Alycia siempre era así; entrometida, burlona, siempre recordándome los segundos más mayor que era. Sí, es mi melliza. Y era muy agotador tener una melliza tan... Alycia.

Me planté delante del armario para hacer la misma acción de todos los días: coger pantalones, coger camiseta, coger zapatos, coger mochila, coger llaves, peinar, salir. Todo era tan monótono. Supongo que por algo era tan perezoso, tan desganado, la vida no me deparaba nada interesante cada día, nada cambiaba al salir el sol.

Me vestí con unos vaqueros rotos y una camiseta y me puse las deportivas de siempre. Típico de un lunes. Aunque para mí no había diferencia.

Salí de mi cuarto para ir a desayunar; mi hermana estaba esperándome apoyada en el respaldo del sofá del salón mientras miraba el móvil, supongo que hablando con todos sus amigos. A veces me irritaba eso, que siempre estuviese con el móvil en vez de pasar más tiempo en la vida real. Pero en casa solo estaba yo, y yo no era muy interesante, así que tampoco la culpaba.

- ¿Cómo vas a ir a clase? - me preguntó mirando su móvil.

Hacía poco que se había sacado el carnet de conducir, no entiendo muy bien por qué. Teníamos el instituto al lado y una maravillosa línea de transporte público. A veces no comprendía a mi hermana.

- Como siempre, Alycia. No voy a ir en coche pudiendo ir andando o en skate - respondí haciéndome un café.

- Bien - dijo levantándose -. Podrías avisar antes, así no te tendría que esperar - añadió cruzándose de brazos.

- Sabes perfectamente que no me gusta montarme en tu estúpido coche - dije girándome para mirarla -, así que largate.

Me penetró con su mirada verde, y a continuación, se giró y se fue. A veces no aguantaba a mi hermana, ya que desechaba el dinero en cosas absurdas, como por ejemplo en un coche. Desde que mis padres se fueron, nadie le echaba el freno ni le llevaba la contraria. Y a mi me daba pereza hacerlo. Sabía perfectamente mi postura.

Terminé mi café y cogí mi skate. Pronto me di cuenta de que ni me había peinado, así que cogí un gorro de la percha y salí de casa cerrando la puerta detrás de mi para dirigirme a clase.

El día era claro, sin ninguna nube en el cielo, digno de el mes en el que estábamos; era el primer día de clases después del verano, un verano aburrido en compañía de Finn, como todos los años. Finn era mi vecino y mi mejor amigo, por no decir que era mi único amigo. Cuando salí, ya me estaba esperando fuera con las manos en los bolsillos del pantalón.

- Eres un capullo, Blake - soltó con una mueca. A veces me resultaba adorable ese gesto suyo.

- ¿Y eso por qué, Anderton? - le pregunté con una sonrisa burlona. Al parecer íbamos a llamarnos por nuestros apellidos. Finn era mucho de probar cosas nuevas.

- ¡Vamos a llegar tarde por tu puta culpa! - exclamó empezando a andar - A este paso me iré solo a clase.

- Haz lo que quieras, tendrás que aguantarme el resto del día - dije revolviendole el pelo.

Mi relación con Finn era así, siempre con bromas, haciéndonos de rabiar, como hermanos. Sus padres eran iguales, siempre bromeando y animando la situación, fuese cual fuese. Cuando mis padres se marcharon, ellos estuvieron cuidando de mi hermana y de mí durante una temporada. Siempre se lo agradeceré, porque no tenían ninguna necesidad.

Llegamos al instituto en 5 minutos, ya que nuestras casas estaban prácticamente al lado. Ya casi no había gente fuera, ya que quedaba muy poco para que sonase el timbre del comienzo de clases. Yo iba con paso tranquilo, al contrario que mi amigo, que iba alterado ya que íbamos a llegar tarde. Echó a correr cuando la campana sonó; en cambio, yo solo reí cuando lo hizo, y negando la cabeza con una sonrisa, andé algo más rápido, pero sin perder mi parsimonia.

Entró en clase como un vendaval, pidiéndole perdón unas mil veces a la señorita Johns, nuestra tutora en el último año de instituto, y yo pasé después con paso lento, saludando a la pelirroja como si no llegase tarde. Ella ya estaba acostumbrada a mi personalidad calmada y a la enérgica de mi amigo, asi que nos pidió que nos sentásemos y lo dejásemos estar.

Todos estaban hablando entre ellos, ignorando nuestro paso por las escaleras que daban paso a los últimos asientos, dirigí mi mirada hacia mi hermana, que se encontraba un poco más allá hablando con sus amigas. Pero no me di cuenta en ese momento de que alguién más me escudriñaba desde el otro lado del aula.

Esa mirada.

El día que perdí su miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora