29. AXEL

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El viento rugía anunciando el invierno cuando llegué al cementerio de Santa Teresa. Respiré hondo y atravesé las puertas principales, afrontando la situación. En un momento así me vendría bien la ayuda de mi hermana, o de Finn. O de Bella. Pensé que me sentía realmente culpable por no haberle dicho nada; sabía que se preocuparía por mí, al igual que los demás. Tal vez sí debería haber avisado, pero lo pensé de forma tan repentina que no me dio tiempo a pensar en avisar.

Observé las tétricas estatuas del cementerio mientras lo recorría por su caminito de tierra. En esos momentos estaba rodeado de cientos de vidas que ya no seguirán su curso, que se habían quedado estancadas bajo capas de tierra. Y con esas cientos de vidas habían llorado miles de familias, miles de amados abandonados y amigos desolados. Yo hoy sería una persona más.

Saqué el papelito que el día anterior me había dado una mujer muy particular, de pelo rubio y con unos ojos demasiado cargados de culpa, una culpa que no merecía. Seguí las indicaciones que había trazado con sus manos arrugadas y temblorosas mientras yo temblaba por dentro, sabiendo que me estaba acercando cada vez más a lo que había estado evitando tres largos años.

Después de unos minutos caminando, demasiado largos como para que me gustase, me paré frente una tumba en particular. Flores muertas adornaban la lápida ya algo desgastada por el paso de las estaciones, así que me agaché para retirarlas con cuidado. Abrí la mochila para coger las flores que había cogido horas atrás. Sus flores favoritas.

- Hola, Judie - dije en un intento fallido de intentar que no me fallase la voz. Me tapé la boca para ahogar un sollozo e intenté recomponerme -. Espero que no me hayas echado de menos. Siento no haber venido antes.

Su alegre voz resonó en mi cabeza como un eco muy lejano, y su pelo volvió a recorrerme los brazos dejando una estela invisible. Las lágrimas corrían por mis mejillas, rápidas y llenas de dolor contenido. Hacía tres años que no lloraba en silencio, que no lloraba por ella.

- Te he traído una diadema de flores también - dije mientras la sacaba de la mochila -. Te la ha hecho tu hermana, Nikki.

La niña de doce años me había entregado la corona de lavanda entre lágrimas por su hermana. Toda su familia había roto en llanto al verme al otro lado del umbral de su puerta, no esperaban mi visita después de tanto tiempo sin verme. Era algo inevitable que les recordara a su hija y hermana.

- ¿Sabes? Está muy mayor. He oído que le va muy bien en el colegio - dije aún derramando lágrimas, pero sonriendo -. Está bien, aunque te echa mucho de menos. Todos te echamos de menos.

Alcé la mano para acariciar la fría piedra, pero el tacto suave de su mejilla lo sustituyó en mi mente; su sonrisa somnolienta aún estaba grabada en mi retina como si nunca hubiese desaparecido.

- Sobre todo yo, Judie - dejé de intentar retener el dolor, y lo solté -. Joder, te extraño todos los putos días. Te sigo esperando por las mañanas, a veces creo que veo tu melena cruzando alguna esquina. Te fuiste tan rápido que ni siquiera me diste la oportunidad de disculparme.

Dejé su tabla de skate sobre la lápida y esperé que por allí no pasasen niñatos robando cosas. Ni siquiera hice el esfuerzo de limpiarme la cara, necesitaba aquello.

- Ya no me acuerdo de por qué discutíamos. Tampoco creo que importe, no lo pensaba entonces y lo sigo pensando ahora, aunque le di mil vueltas porque parece que a ti te afectó lo suficiente como para... - me atraganté con un sollozo y paré de hablar - Esto es más duro de lo que pensaba. Realmente pensé que si venía sería fácil, pero joder.

>> ¿Qué tan malo fui para ti? ¿Tanto daño te hacía? Nunca supe qué pasaba por tu cabeza, eras tan espontánea, tan impredecible. Eras una luz que brillaba demasiado. Tanto brillabas que no me di cuenta de que querías apagarte - me senté sobre la hierba mirando su nombre escrito sobre la piedra -. Sabes que podríamos haberlo hablado, siempre podías hablar las cosas conmigo. Teníamos un trato, Judie. Y lo rompiste.

>> Lo que dije antes es cierto; te extraño. Y nunca podré olvidarte, te quise demasiado como para hacerlo. Me jode, ya lo sabes - me reí entre dientes -. Pero siempre vas a tener un hueco en mi corazón. Y nunca me olvidaré de cómo sonaba tu voz, o de cómo brillaban tus ojos. Eras preciosa, aunque no te lo decía mucho. A veces miro las fotos que nos hicimos ese día.

Me obligué a parar de hablar ya que el nudo en mi garganta era demasiado grande. Seguía llorando como si estuviera colapsando por dentro y quería gritar. Quería gritarle al fantasma de la chica que me quiso por primera vez y que me abandonó a mi suerte. Joder, estaba tan enfadado, no solo con ella, sino conmigo mismo.

- Pero no he venido a decirte solo eso. He venido a contarte que encontré a una chica, una que ha hecho que últimamente no piense tanto en ti, ha hecho que deje de culparme tan seguido. No te pongas celosa, sigo pensando en ti - me sequé las lágrimas y seguí mirando la lápida -. Se llama Bella. No es tan alocada como tú, pero es un desastre, y es más calmada que tú. Tú estabas loca - me reí y parecía que el loco era yo -. Así me gustabas, aunque no sé ni cómo. Tú eras un sol ardiente y ella es la luz de las estrellas. A ti se te veía por donde pasaras, y a ella solo la ves en los momentos oscuros brillando más que nunca. Te habrías llevado bien con ella, te lo aseguro.

Me quedé mirando la fecha de su nacimiento un momento y conté los meses que quedaban para su cumpleaños. Dentro de seis meses ella cumpliría dieciocho años. Me recorrió un escalofrío por la espalda.

- Estoy enamorado de ella, aunque sea increíble de creer, y quiero estar con ella. Quiero superarte de una vez, aunque no tendría por qué hacerlo si a ti no se te hubiese ido la cabeza. Pero ya es un poco tarde para eso - me levanté del suelo mientras seguía mirando la tumba.

Era la primera vez que venía a verla, y si ella pudiese escucharme de verdad, pensaría que soy un cabrón. Tal vez lo soy por no haber venido antes, pero no podía, no me veía capaz de hacerlo. Pensaría que soy un cobarde, sobre todo.

- Te superaré algún día - susurré ya de pie sobre la lápida -. No estoy tan seguro como sueno, pero espero poder superarte, porque ya no estás ni estarás jamás.

Le eché un último vistazo a la roca. "Judie Hamper-Jones, amada y querida por su familia y amigos. 26 de junio 2004-14 de febrero 2018".

Le susurré un último "te quiero" y me encaminé por los caminos rodeados de figuras hasta la salida. Hacía ya un rato que había dejado de llorar, de desahogarme, cuando me subí al autobús que me llevaría a la estación de trenes que me llevaría a casa. Encendí el móvil cuando ya estuve sentado; no me apetecía recibir llamadas mientras intentaba cerrar esa brecha en mi vida.

La pantalla apareció repleta de llamadas de Alycia y de Bella, alguna de Riven o de Aleah. Las llamadas de Bella predominaban sobre las demás, y tuve la sensación de que realmente la había cagado.

Mierda.

El día que perdí su miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora