Hace 3 años.
- Isabella, cariño, ¿has engordado un poco o es cosa mía?
No era cosa suya. Útimamente no controlaba bien lo que comía y estaba engordando poco a poco. Los pantalones ya me quedaban pequeños.
- Supongo que es porque estoy creciendo... - dije en un susurro.
- ¿Crecer? - un balbuceo salió de la puerta de la cocina mientras un estruendo se extendía por toda la casa.
Mi padre entró en la sala de estar tropezando con sus propios pies y con una cerveza en la mano. Vi la decepción en los ojos de mi madre, el odio en los ojos de mi padre. No sé lo que había en los míos.
- Tú lo que estás haciendo es comerte toda la comida que hay en esta mierda de casa - dijo cerca de mi oreja -, como la niña obesa que eres. Zampando todo el puto día, ¿no te da vergüenza?
Sentí como las lágrimas se agolpaban en mis ojos y pude ver la cara de horror de mi madre. Cogió mi brazo y me atrajo hacia ella mientras gritaba la basura de persona que era mi padre. Yo le daba la razón mentalmente a cada palabra que salía de su boca mientras sujetaba fuertemente la tela de su camiseta.
Mi padre salió de la habitación en la que nos encontrábamos y mi madre me susurró que me fuese a mi habitación mientras me secaba las lágrimas. Subí los escalones de mi casa con las pocas fuerzas que me quedaban. Oí los gritos de mis padres. El sonido de objetos cayendo al suelo con un estruendo. Un cristal roto. "¡Quiero que te vayas de esta casa!". Oí a mi madre gritar como nunca antes lo había hecho. Escuché el golpe que hizo la puerta principal al cerrarse. A mi madre subiendo las escaleras para encontrarse conmigo.
Se sentó en la orilla de mi cama y comenzó a acariciarme el pelo como siempre hacía cuando me encontraba mal.
- Tranquila cariño... Ya se ha ido - dijo en apenas un murmullo.
Ese día tuve claras dos cosas: que nadie más se reiría de mi peso, porque ya no tendrían motivos para hacerlo. Y que nadie más me diría si comer o no, nadie más tendría derecho a ello.
Me desperté a media mañana después de que le dijese a mi madre que no me encontraba bien para ir a clase. Al ver mis ojeras, asintió con un destello de preocupación en los ojos. Me sentí aliviada; no quería ver a la persona que había estado cocinando a las 3 de la madrugada en mi cocina.
Bajé las escaleras y encontré un postit pegado en la puerta de la entrada. "He ido a comprar al supermercado del centro de la ciudad. Si tienes hambre, hay filetes en la nevera y una ensalada ya terminada. Luego hablaremos de esa cena improvisada que no comiste ;)".
Jodido Axel. Tenía que ponerse a cocinar cuando ya me había comido su sandwitch.
Andé con pereza hacia la cocina y comí un par de filetes. Pronto sentí ese pinchazo de culpa tan característico que sentía cuando comía y recordé a mi padre. Negué con la cabeza y metí uno de los trozos en mi boca. Tenía que olvidarme ya de ese hombre.
Después de una hora viendo Netflix, mi madre apareció por la puerta con tres bolsas llenas de comida y una sonrisa en la cara. Estuvimos hablando de los recientemente famosos filetes de la cena de ayer. Le respondí que los había hecho para comer hoy, pero que estaba muy cansada y que se me olvidó guardarlos. También me preguntó por Riven, la película. Eso se me hacía ya tan lejano.
Después subí a mi cuarto y me puse a mirar por la ventana. Tenía unas vistas claras hacia la calle, podía ver a todo el que pasase por allí. Se supone que acababan de salir de clase, eran las 14:15 y acaba de comer. Filetes de Axel. Creo que no había comido tanto en un día, pero si no me los comía mi madre pensaría que algo pasaba y tampoco quería eso. Ella se había ido a la ciudad otra vez, quería hacer un cambio de armario. Algo que mi padre siempre miró con malos ojos.
Mientras me perdía entre mis pensamientos, mis ojos se fijaron en una persona. No me di cuenta de quién era hasta que le vi adentrarse por el camino que conducía hacia mi puerta.
- Pero, ¿qué?... - susurré para mi.
Bajé las escaleras mientras el timbre sonaba. Abrí la puerta y le encontré allí, con su cara mustia.
- ¿A qué debo esta visita de cortesía? - dije con fingida formalidad.
- La señorita Johns me suplicó que te trajese la tarea - dijo en tono neutro.
A este chico se le daba genial aparentar que no sentía absolutamente nada, o tal vez no lo sentía. Pensaría esto último si ayer no hubiese visto la preocupación en sus ojos verdes.
- Mh... - musité. Me entregó un taquito de fotocopias y se quedó allí parado, mirándome. Empecé a sentirme incómoda - ¿Quieres pasar o algo?
- No - dijo acercándose a mi. Me aferré a la puerta -. Lo que quiero saber es por qué no me das las putas gracias por haberte llevado a tu casa, haberte cocinado, haberte dado de comer, cuando estabas a punto de necesitar un hospital. Necesito saber qué cojones te pasa. Y quiero saber por qué me miras así, Bella - esto último lo dijo en un susurro apenas audible.
Me había dejado sin palabras. La verdad es que no había estado bien por mi parte no haberle dado las gracias por lo que hizo anoche, aunque no se lo pedí. Él no tenía ninguna necesidad de hacer lo que hizo. No sé como le estaba mirando, pero me aparté con dificultad de la entrada y le invité a pasar con ese gesto. Dudó, pero entró.
Fue directamente a la cocina. Vio el plato de los filetes, o más bien de el filete, ya que solo quedaba uno. Vi la sombra de una sonrisa en su rostro.
- ¿Te los has comido tú? - preguntó sentándose en la encimera donde había estado preparando la ensalada.
- Dos de ellos se los comió mi madre, pero el resto sí - respondí -. Te puedo asegurar que he desayunado y comido Filetes de Axel.
Esta vez sí sonrió. Y era guapo, muy guapo. Levantaba la comisura de sus labos de una forma atractiva, y sus ojos se achinaban un poco al hacerlo. Su sonrisa era tan poco común que era contagiosa.
- Todavía queda la ensalada - dije acercándome a la nevera -. No has comido, ¿verdad?
Esto último lo dije en un tono sarcástico y él rió mientras negaba con la cabeza. Se comió el último Filete de Axel y la ensalada que no me llegué a comer. Comía de forma pausada y me senté a mirar cómo comía. A veces me miraba de reojo y se ruborizaba aunque sólo fuese un poco. Al parecer podía resultar adorable. Después de un rato, terminó.
- Debería irme ya - dijo mirándome. Se quedó un rato así, mirándome. Después, habló -. ¿De dónde eres?
Esto lo dijo en un tono curioso que no me esperé. ¿Tenía curiosidad por mi?
- Alemania - dije sonriendo.
Abrió los ojos en una expresión sorprendida y pareció un niño.
Un rato después, le acompañé a la puerta.
- ¿Mañana vendrás? - me preguntó.
- Creo que sí - dije. Iría, pero tampoco quería darle esa respuesta.
- Bien, pues nos vemos mañana, Isabella - dijo dándose la vuelta.
- Axel - le llamé.
Se giró para mirarme a los ojos, esperando a que le dijese lo que tuviese que decirle.
- Me gusta que me llames Bella.
Esto lo dije sonriendo. Sonriendo de verdad. Vi como su piel se tornaba colorada y sonrió.
De verdad me gustaba que me llamase Bella.
ESTÁS LEYENDO
El día que perdí su mirada
RomanceLa vida de nuestro molesto protagonista cambió del todo cuando una chica europea llegó a su pueblo. Toda ella son problemas, quebraderos de cabeza, y muchas, muchas miradas encontradas. Pero, ¿será capaz de soportar la carga de tenerla de su lado? B...