25. ALYCIA

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Como pensé, la noche se hizo entretenida, pero algo aburrida también. Estuvieron poniéndose retos estúpidos y Carla miraba a Finn hecha una furia tras haber vuelto del baño. Me prometí que, si se pasaba un pelo, echaría de mi casa a esa chica que tenía la razón en el culo.

Al final todos se fueron a sus respectivas casas despidiéndose con una sonrisa, diciendo que ojalá lo repitamos y que había estado muy bien. Eso como anfitriona me alegraba, pero era tan cansado recoger todo después... De pensarlo se me cansaron los músculos al instante, y más sabiendo que Axel se iba a casa de Bella.

- Lo siento, pero necesito hablar con ella - me había dicho antes de irse.

Y allí me encontraba yo, con un montón de vasos y bolsas de patatas esparcidos por mi salón y sin ayuda. Solté un suspiro pesaroso y comencé a recoger sin ganas. Lo que menos me gustaba era esta parte, la de recoger, ya sea después de una reunión o en el día de diario. Siempre lo hacía mi hermano o lo hacíamos juntos, nunca yo sola.

Llevaba un rato encargándome de toda la mierda cuando escuché la puerta principal cerrarse. Me erguí y pensé rápido en si había cerrado la puerta, en si había puesto la llave, en si se había quedado abierta y se había cerrado con el viento. Pero no me sirvió de nada pensar rápido porque su olor me inundó las fosas nasales y apagó todas mis preguntas.

Entró en el salón con esos andares que le caracterizaban, tan casuales. No eran despreocupados o indiferentes como los de Axel, eran suyos, completamente suyos. Las ojeras se hacían presentes bajo sus ojos del color del sol, reflejando su agotamiento. Igualmente me regaló una sonrisa sincera, una sonrisa que me dejó ver lo mucho que me echaba de menos.

- ¿Necesitas ayuda? - se acercó para mirarme de frente.

Me fijé en sus facciones relajadas, en su mirada cansada, y no le quise perturbar con mi obviada atracción. ¿Quién me mandaba a mi sacar el tema, incomodándole? Asentí y su sonrisa se ensanchó mientras comenzaba a ayudarme con la basura.

Al cabo de unos minutos mi salón estaba como siempre, impoluto, incluso parecía que Axel había pasado por allí con su varita mágica de la limpieza. Finn se dejó caer en el sofá, agotado, y yo hice lo mismo a su lado.

- Gracias, en serio - me froté el dolorido cuello y lo miró de reojo.

- ¿Te duele? - asentí - ¿Quieres que te dé un masaje? Así te relajas.

Sentí mi cara arder por su propuesta ya que no pude evitar que mi mente obrase alguna de las suyas. Igualmente asentí, deseando que posara sus manos sobre mis hombros, mi cuello, mi espalda. Me senté de espaldas a él para que pudiese hacerlo bien y me acarició la espalda de forma gentil antes de apretar mis hombros, confortándome. Solté un suspiro de placer cuando empezó a hacerme el masaje en las cervicales, destensando mi espalda. Sentí la cercanía de su cuerpo detrás de mí y me relajé más para intentar no temblar, para que no lo notase. Acercó su cara a mi oreja y respiró ahí, oliéndome el pelo. Me estremecí y supe que estaba sonriendo.

- ¿Estás cómoda? - susurró.

Asentí con dificultad y sentí cómo se me erizaba la piel. Estaba haciéndolo aposta, lo sabía, pero no sabía por qué, ya que él no quería eso conmigo. Si estaba provocándome sin ninguna intención de seguir con lo que hacía, sería más cruel de lo que pensaba.

Apartó mi cabello a un lado y comenzó con mi cuello, lo masajeó cuidadosamente y sentí que se acercó más por la sensación de su aliento en mi nuca. "Relájate, notará que estás tensa". Pero no pude relajarme porque sentí su aliento demasiado cerca de mi cuello, sentí su lengua recorrerlo. Me tensé y reprimí un suspiro de placer mientras me estremecía. Desplazó sus manos desde mi cuello hasta mi cintura, recorriendo mi espalda. "Cabrón", pensé. Estaba siendo cruel con esta situación.

- Finn - logré murmurar su nombre de forma en que parase, pero no parecía querer hacerlo.

- ¿Qué pasa? - dijo en mi oído con voz ronca.

Me aferré al sofá e intenté recuperar el control de mi respiración, de mis latidos. No podía caer así ante un chico que no querría nada conmigo jamás.

- ¿Quieres que pare? -  preguntó, insistiendo.

Asentí luchando por hacerlo, porque no quería que siguiera si lo hacía por mí. Pronto eché en falta su tacto y su calor cuando se separó de mí y se levantó del sofá. Me giré para verle y sentí mi cara enrojecer por momentos; sus iris casi inexistentes por culpa de sus pupilas dilatadas, su pecho ascendiendo frenéticamente, su pelo alborotado. Mis reacciones, tocar mi cuerpo de esa forma le había hecho estar así.

- Antes dijiste algo que no concuerda con esto - conseguí controlar un poco mejor mi voz esta vez.

- Lo sé - desvió la mirada instintivamente para evitar mirarme -. Desde lo del otro día no puedo evitar pensar en tocarte. No hago más que contradecirme, lo siento.

Se alejó más de mí y quise alargar mi brazo para detenerle, para que se acercara de nuevo y pudiese olerle y sentirle. Pero no lo alcé, me quedé inmóvil en contra de mis pensamientos y voluntad. Me miró confundido y arrepentido, y yo no sé qué cara tenía. Intenté hablar, pero no brotaron las palabras de mi garganta, por mucho que yo quisiera que salieran. "Estás confundiéndome y estás haciendo que me duela. Por dios aclárate, no puedo estar así, no juegues así". Lo intenté tanto que mi vista comenzó a tornarse borrosa y las lágrimas corrieron por mis mejillas, imparables.

Entonces Finn volvió en dos grandes zancadas y me abrazó tan fuerte que al fin pude emitir sonido, un sollozo, uno ahogado y lleno de palabras no dichas.

- Mi niña... - sollocé más fuerte - Lo siento muchísimo, no sé qué coño estoy haciendo, no sé qué siento o qué pensar.

Me separé y le miré a los ojos, buscando respuestas, buscando lo que sea que pudiese sentir. Era tan abstracto... tanto que ni él sabía qué estaba pasando. Me limpió las lágrimas con los dedos mientras me iba calmando poco a poco, hipando e intentando no hacerlo.

- Somos un desastre... - susurró sonriendo. Asentí y su risa ronca movió todo en mi interior, como siempre desde hacía años.

- Te quiero - me sorprendí a mí misma diciendo esas mismas palabras que en tantos escenarios me había imaginado diciendo.

- Y yo a ti - me abrazó y me acarició el pelo.
Le devolví el abrazo y nos quedamos un rato así, buscando respuestas en un mar de dudas, y el mar éramos nosotros.

El día que perdí su miradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora