🎀Capítulo 10🎀

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Savona

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Savona

Las Camelias

La mañana siguiente Amorina se vistió después de una ducha caliente y se abrigó dejando a su hermosa perrita dormir sobre su cama. Cerró la puerta y bajó las escaleras, dándole los buenos días, Beatrice.

―¿Desayunará, niña Amorina?

―No Beatrice, tengo un evento de equitación en Imperia. Quizás haya un desayuno ahí, así que debo irme enseguida. Cualquier inconveniente, saben mi número.

—Sí, niña. Pásala bien.

—Gracias, ¿vos sabías que el marqués montaba a caballo?

—Sí, es muy típico en la familia del marqués los deportes de equitación. Todos los años compite por beneficencia. Lo recaudado lo entrega a un orfanato.

―Es una buena causa. Bueno, me iré, ya sabes que, si necesitan algo, me llaman.

―Ve tranquila, aquí estará todo bien ―respondió con una sonrisa.

Se abrigó y se colocó un gorrito de pana con visera y salió de Las Camelias. Se metió en el coche y dio un giro en u para dirigirse a la salida de la residencia y tomar el camino hacia Imperia.

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Imperia

Centro Ippico Il Ranch

Al llegar a la entrada del establecimiento, le pidieron su nombre y apellido, y la dejaron pasar. Aparcó el coche en un rincón junto al de los demás y se bajó para caminar hacia el sector de equitación. Encontró a los padres del marqués y a la baronesa sentados observando una primera prueba antes de la competición. Cuando Carlo y Adelaide miraron a la que para ellos era la intrusa, sus rostros cambiaron por completo. En cambio, Angela le regaló una sonrisa.

La única que la recibió y fue hacia ella, había sido la madre de Massimiliano.

―Buenos días, creí que no vendrías.

―Buenos días, milady —le dijo haciéndole una reverencia—, he venido lo más rápido que pude.

―No te preocupes, ya estás aquí, me alegro de verte de nuevo, Amorina, por favor, acompáñanos.

La joven hizo las reverencias adecuadas y se sentó más cerca de la marquesa.

Todo lo que duró el evento no faltaron las palabras con ironía de la baronesa hacia Amorina ya que le hacía notar que no era parte de aquel círculo aristocrático si no inferior a ellos, una plebeya con dinero, nada más. La muchacha no se quedó callada y con educación intentaba devolvérselas. Hasta que Angela abrió la boca y la expuso.

―Ya basta, Adelaide —respondió con seriedad y la mató con la mirada—. La he invitado yo, así como mi marido te ha invitado a ti, anoche.

―No creí que la invitaría usted, milady.

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