Capítulo 10

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Abro los ojos despacio, de pronto siento mucho frío. Miro a mi alrededor, es la habitación de la clínica.
¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?

Me bajo de la cama despacio para ver a través de la ventana con rejas como llueve.
Las hojas de los árboles se mueven por el viento, el agua golpea fuerte el cristal, así permanezco un buen rato hasta que escucho que alguien pasa con una bandeja de comida.
De nuevo, vuelvo a sentarme en una diminuta mesa blanca con una silla de metal para comer sola.
Miro hacia la ventana, es lo único que me alienta para poder tragar la comida dado que un enorme nudo en mi garganta me impide comer con facilidad.
No sé exactamente qué hora es. Sólo sé que el sol se ha puesto y todo está en silencio.
Tan solo se escuchan a los empleados de hablar y algunos pacientes gritar.
Una auxiliar pasa para hacerme entrega de mis medicinas. Le pido si puede darme un blog y un lápiz para dibujar.
Ella, amable, sale en busca de mi pedido y me hace entrega de varios folios en blanco y un lápiz con borrador y sacapuntas.
Habla conmigo un rato donde yo le explicó que la pintura es mi terapia. Dibujar me tranquiliza y me hace de soportar mejor el encierro injusto en el que estoy por culpa de mi propia familia.

Y así, es como voy pasando mis días en la clínica. Al no dejarme salir de la habitación, dibujo el retrato de Nati, recordarla me ayuda a sobrellevar mejor este infierno.
Dibujo también paisajes y algún retrato que me encargan las enfermeras, las cuales me elogian expresando mi talento.
Para mí no lo es. Sólo es mi flotador, donde me aferro a través del arte para no hundirme, mi mente está en paz y no torturada con la idea de no volver a salir de este lugar, donde llevo cerca de seis semanas.

Hoy ha venido un hombre trajeado a visitarme.
Estoy algo confusa.
Sólo me visitan Kike y el señor Brun.
El hombre de unos cincuenta años, se presenta como el abogado Salvador Ronte. Sonrío de oreja a oreja, pensando en Kike. Al final a podido convencer a su padre para que venga el abogado y me ayude a salir de este lugar.
Tomamos asiento uno enfrente del otro, el abogado saca un pequeño ordenador y lo pone encima de la mesa. Comienza hacerme preguntas y él escribe todo lo que le digo en su ordenador.
Al finalizar la visita, el abogado me estrecha mi mano y me dice  que va ayudarme para salir de este lugar lo antes posible.
Le agradezco su ayuda y el hombre se marcha dejándome con una sensación de alegría fluir en mi pecho.
Por eso, al día siguiente cuando viene Kike a visitarme, lo abrazo dando pequeños saltos de alegría por todo lo que está haciendo por mi.

— No tienes que agradecerme nada Angie. Me ha costado convencer a mi padre, pero al final a cedido. Es buen abogado, confía en él. Verás como pronto saldrás de aquí.

— Lo único que deseo es salir de aquí. No es justo que esté encerrada, estoy totalmente curada. Pero claro, los médicos no lo ven así, me dan pastillas que no me tomo para calmarme y así medio tonta me tienen todo el día.

— Obvio. Sabes, tengo ganas de que salgas de aquí. Cuando lo hagas te hemos preparado una sorpresa el grupo.

— ¿Ellos saben que estoy aquí?

— No. Les he dicho que estás visitando a un pariente. No sé si he hecho bien o no.

— Has hecho bien. Gracias por tu ayuda. Eres muy buena persona Kike y un gran amigo.

— He estado visitando a Nati, y me ha entregado este diario, dice que ya no puede seguir escribiendo, se siente cada vez más débil. Pero qué desea que salgas pronto y demuestres quién eres cumpliendo con tus sueños.

— Me gustaría visitar a Nati. Pero no me dejan salir. — Saber lo que le sucede a Nati hace que mis ojos se llenen de lágrimas.
Kike me da esos abrazos que tanto me hacen falta.
Apoyo mi cabeza en el hueco de su cuello cerrando mis ojos, solo cuando estoy con él siento paz, sus latidos son como el sonido de las olas, tan tranquilizadores y provocadores, como lo son sus lindos y apetecibles labios. Aunque me encuentro a escasos milímetros de su boca, sus penetrante grisácea mirada me observa con detenimiento, debo de retirarme temblando y nerviosa. No quiero cometer cualquier estupidez para acabar alejándome del único amigo que tengo.
Me arrasco mí nuca inquieta sonriéndole como una boba. Kike me da un beso en mi mejilla antes de marcharse, dejándome una caja de bombones de chocolate.
Le agradezco el detalle mirando con adoración la caja estrechándola contra mi pecho, mordiéndome mi labio de una manera de poder contenerme de tirarme a su cuello y besarlo.

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