Capítulo 15

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El padre Agustín seca mis lágrimas mientras escucha con atención lo fracasada que me encuentro.
Él, trata de alimentarme con fe y esperanza.
Pero yo sigo pensando que soy una desgraciada. Nada me sale a derechas, y cuando creo poder sonreír, todo se esfuma dándome a entender que mi desgracia seguirá acompañándome por siempre.

El padre Agustín me deja quedarme en su casa por esa noche.
Me ofrece un plato de comida y una cama donde dormir.
Aún así, soy consciente de no poder quedarme siempre allí.
Y antes de desayunar me despido del padre Agustín agradeciéndole su ayuda.

— Espera Angie. Le estado dando vueltas toda la noche. ¿Te parece si te llevo al convento con mi hermana?

— Yo.. no sé...

— Angie, piénsalo. ¿Dónde vas a ir si no tienes nada? Al menos el tiempo que estés en el convento podrás tener techo y comida. Déjame que yo me encargue de todo. Hablaré con mi hermana.

Me quedo callada por unos instantes, si lo pienso bien no es tan mala idea. Y de paso nadie podrá encontrarme en un convento. Incluso estaré cerca de Dios para que me ayude a salvar lo que me queda de corazón.

— De acuerdo. — Acepto encantada.

Junto con el padre Agustín regreso de nuevo al convento.
La madre superiora me recibe con cariño y habla con su hermano explicándole mi situación.
Sor Magdalena me acepta en su convento y yo siento que estoy en el paraíso.

Sor Juana, me explica mis obligaciones y las normas del convento. Por supuesto, debo llevar hábito, no puedo ir vestida de calle.
Me pongo el hábito, y al mirarme en el espejo sonrío. Me veo hasta hermosa porque sé que al fin he encontrado la paz que tanta falta me hace.

La vida en el convento no es fácil, las monjas comen de lo que siembran en el huerto, de los animales que crían o de lo que la gente les proporciona.

Me encuentro trabajando en el huerto junto a Sor Juana y Sor Soledad. Las dos monjas son muy buenas conmigo, en general todas me tratan con cariño y sin hacer preguntas sobre mí vida.
Con la que más confianza tengo es con Sor Juana, quizás sea porque habla demasiado y es muy graciosa.
En general, me siento muy a gusto con la nueva vida que he escogido. Aunque no puedo evitar recordar a Kike.

Cada tarde, mientras las monjas pasean por el jardín yo dibujo.
Pinto a Nati, no quiero olvidarme de ella y a Kike.
Pienso que al ver su rostro plasmado en un trozo de papel lo siento tan cerca aunque haya demasiada distancia entre los dos.
Aún así, me hace feliz poder recordar a las dos personas que más he querido y por distintos motivos me he visto obligada a tener que separarme de ellos, deseo que al menos mi sacrificio no haya sido en vano.

— Gabriela, que bien dibujas. — Al llegar al convento, la madre superiora me recomendó cambiar mi nombre.
Y según ella, soy como un ángel, me puso Gabriela.
Aún no termino de acostumbrarme a que me llamen así, espero que también con mi nueva identidad todo vaya por buen camino.

— Gracias Sor Juana. ¿Te gusta? — Le pregunto mirando el retrato de Kike.

— Vaya que si me gusta. El muchacho se ve bien lindo. ¿Por él estás aquí? — Miro con tristeza el retrato de Kike y dejo que mi corazón se contraiga al recordarlo.

— Sí. Él fue muy bueno conmigo, tuvimos algunos malos entendidos, pero su amor hacia mí me hizo de enamorarme más de él. Pero, había demasiada diferencia entre nosotros. Él, se ha criado en sábanas blancas y yo ni siquiera he tenido cama donde dormir. A pesar de querer demostrarme cuanto me ama, preferí alejarme para que él volviera a su vida de lujos y así pueda conseguir sus metas y sea un hombre de bien el día de mañana. A mi lado, no hubiera obtenido nada.

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