Capítulo 22

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Después de haber ido a visitar al convento a mis queridas monjitas, acudo a un restaurante para comer con Enrique, supongo que tendré que volver a ver a mi prima y no me apetece demasiado ver a esa mentiriosa que lardea de ser una buena actriz y apenas ha salido en dos series con guiones cortos. Su fama ha ido en aumento a raíz de su noviazgo con Enrique.

Llego al restaurante, Enrique me recibe como siempre vestido con un elegante traje y esa sonrisa que me desarma.
Trato de disimular que no me afecta en absoluto cada gesto, cada mirada y cada roce de sus dedos en mi piel.
Enderezo mi espalda y camino tratando de poner distancias hasta la mesa.
Él, como todo un caballero retira mi silla susurrando pegado a mi oreja lo guapa que me veo.
Me volteo unos cuantos centímetros, los justos para quedar nuestros labios demasido cerca como para que él me robe un beso.

— No debes de hacer eso. — Protesto saboreando el dulce de sus labios.

— Eres mi esposa. — Sonríe clavando su mirada en mí de manera que me hace de estremecer.

— Bueno, será por poco tiempo. Según me dijo tu abogado mañana mismo te entregarán a la niña. Me imagino que estarás muy feliz.

— Lo estoy. Seré padre de una hermosa niña y habré cumplido con mi promesa. — No quiero seguir haciendo más preguntas debido a cómo a cambiado sus luceros más triste.

Pongo mi mano encima de la suya quedando durante unos minutos observando nos en silencio.

— Gracias por todo Gabriela. Eres una gran persona. — Me alegra escuchar de sus labios alargarme, pero aunque resulte estúpida, más me gustaría poder leer de sus labios las palabras: «te quiero».

Salimos del restaurante dirección al paseo marítimo.
La brisa del mar es cálida, me revuelve el cabello y al mismo tiempo me da tranquilidad. Miro al mar recordando a Nati, espero que pueda perdonarme por no haber cumplido con mi promesa de haber encontrado a su hija.
Recuerdo las veces en las que hablamos de vivir las tres juntas y ser famosas.
Su vida se apagó muy rápido y el paradero de su hija no lo conozco.
Miro al cielo pidiéndole perdón en silencio.
Enrique me abraza al percatarse de haber dado una encogida.

— ¿Tienes frío? — Exactamente no. Su calor es mi fuego y su manera de tratarme me hace sentir más tranquila.

— No, estoy bien. — Parpadeo rápidamente ahuyentando las revoltosas gotas.

— Me gusta escuchar las olas del mar, me transmite paz cuando siento que todo se ha puesto en mi contra.

— Dudo que a tí todo te salga mal. Eres un hombre fuerte y sabio. Estoy segura de que no hay obstáculo que no puedas combatir.

— El pasado. De algún modo, los recuerdos están ahí. Unos llegan a ser tormentosos y otros agradables aunque prefiero quedarme con los tormentosos, esos son los que me recuerdan como debo lamerme las heridas para continuar adelante.

— No entiendo. Tú eres un hombre rico, imagino de que no te habrá faltado nada en la vida.

— Amor. Primero fue mi madre cuando la perdí para siempre y después fue ella. Se escapó de mi lado para elegir su camino, lo respeté y me juré a mi mismo que trataría de olvidarla.

— Hablas como si la amaste mucho. Tuvo que se trágico tomar la decisión de olvidarla cuando amas con el corazón.

— Eso paso hace muchos años. Quizás nuestros caminos no estarían ligados. Y tú, ¿Te has enamorado?

— Sí. Aunque han pasado algunos años, no puedo olvidarme de él. Fue mi primer amor, con él me sentía feliz, amada y protegida. Pero no podía estar con él y me alejé con el corazón dividido en dos. Me hubiera gustado quedarme a su lado

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