Después de haber ido a visitar al convento a mis queridas monjitas, acudo a un restaurante para comer con Enrique, supongo que tendré que volver a ver a mi prima y no me apetece demasiado ver a esa mentiriosa que lardea de ser una buena actriz y apenas ha salido en dos series con guiones cortos. Su fama ha ido en aumento a raíz de su noviazgo con Enrique.
Llego al restaurante, Enrique me recibe como siempre vestido con un elegante traje y esa sonrisa que me desarma.
Trato de disimular que no me afecta en absoluto cada gesto, cada mirada y cada roce de sus dedos en mi piel.
Enderezo mi espalda y camino tratando de poner distancias hasta la mesa.
Él, como todo un caballero retira mi silla susurrando pegado a mi oreja lo guapa que me veo.
Me volteo unos cuantos centímetros, los justos para quedar nuestros labios demasido cerca como para que él me robe un beso.— No debes de hacer eso. — Protesto saboreando el dulce de sus labios.
— Eres mi esposa. — Sonríe clavando su mirada en mí de manera que me hace de estremecer.
— Bueno, será por poco tiempo. Según me dijo tu abogado mañana mismo te entregarán a la niña. Me imagino que estarás muy feliz.
— Lo estoy. Seré padre de una hermosa niña y habré cumplido con mi promesa. — No quiero seguir haciendo más preguntas debido a cómo a cambiado sus luceros más triste.
Pongo mi mano encima de la suya quedando durante unos minutos observando nos en silencio.
— Gracias por todo Gabriela. Eres una gran persona. — Me alegra escuchar de sus labios alargarme, pero aunque resulte estúpida, más me gustaría poder leer de sus labios las palabras: «te quiero».
Salimos del restaurante dirección al paseo marítimo.
La brisa del mar es cálida, me revuelve el cabello y al mismo tiempo me da tranquilidad. Miro al mar recordando a Nati, espero que pueda perdonarme por no haber cumplido con mi promesa de haber encontrado a su hija.
Recuerdo las veces en las que hablamos de vivir las tres juntas y ser famosas.
Su vida se apagó muy rápido y el paradero de su hija no lo conozco.
Miro al cielo pidiéndole perdón en silencio.
Enrique me abraza al percatarse de haber dado una encogida.— ¿Tienes frío? — Exactamente no. Su calor es mi fuego y su manera de tratarme me hace sentir más tranquila.
— No, estoy bien. — Parpadeo rápidamente ahuyentando las revoltosas gotas.
— Me gusta escuchar las olas del mar, me transmite paz cuando siento que todo se ha puesto en mi contra.
— Dudo que a tí todo te salga mal. Eres un hombre fuerte y sabio. Estoy segura de que no hay obstáculo que no puedas combatir.
— El pasado. De algún modo, los recuerdos están ahí. Unos llegan a ser tormentosos y otros agradables aunque prefiero quedarme con los tormentosos, esos son los que me recuerdan como debo lamerme las heridas para continuar adelante.
— No entiendo. Tú eres un hombre rico, imagino de que no te habrá faltado nada en la vida.
— Amor. Primero fue mi madre cuando la perdí para siempre y después fue ella. Se escapó de mi lado para elegir su camino, lo respeté y me juré a mi mismo que trataría de olvidarla.
— Hablas como si la amaste mucho. Tuvo que se trágico tomar la decisión de olvidarla cuando amas con el corazón.
— Eso paso hace muchos años. Quizás nuestros caminos no estarían ligados. Y tú, ¿Te has enamorado?
— Sí. Aunque han pasado algunos años, no puedo olvidarme de él. Fue mi primer amor, con él me sentía feliz, amada y protegida. Pero no podía estar con él y me alejé con el corazón dividido en dos. Me hubiera gustado quedarme a su lado
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DEMUÉSTRATE QUIÉN ERES
AléatoireTan solo era una niña cuando Angie pierde de manera trágica a su padre y por presenciar la muerte de su padre todo comienza a cambiar en su vida. No sólo, opta por coger el camino más fácil cegada por la rabia de meterse en líos a lo que su mente le...