Solo te cuento esto porque, desde que pasó, nadie me lo creyó jamás.
En cierto momento me incerté en una ruta, finalmente, después de horas de caminos de tierra. Pero el maldito desgraciado que me había hecho esto no vivía ni cerca de cualquier ciudad, sino más bien apartado como un lobo solitario que busca encerrar presas en la casa. Y yo, como toda chica de ciudad, nada sabía sobre las rutas exteriores. Pero conducía con fe, con esperanzas de conseguir algo y con cierta valentía embardunándome el alma. Con los puños presionando el volante y, sin quererlo, mirando de a ratos a los niños, que seguían mirándome, muy concentrados en mí.
Alguien podría habernos creído parientes. Estoy segura. Es lo que todos dicen cuando les menciono esto; que podríamos haber sido parientes. Pero no lo dicen para comprenderme, sino para torturarme.
No recuerdo por qué pero necesité parar. Quizás quise orinar después de tanto. La cosa es que volví al auto para ver cómo estaban los niños.
Repito que en todo momento no me habían quitado la mirada de encima. Estaban muy concentrados, mirándome, y mientras conducía había pensado que quizás se comunicaban, entre ellos o conmigo. Pero yo no escuchaba nada.
En fin. Yo terminé ingresando a la parte trasera. Quería comprobar que sus pañales no estuvieran sucios, que no se encontraran mugrientos en eses y que no sufrieran frío. Pero cuando levanté la remerita de Mica para ver, cruzando un brazo entero por encima de Javi, ellos me tomaron, los dos, y me mordieron.
Aquellos dientes filosos se clavaron en mi piel como las muelas de un vampiro. Y no succionaron sangre. No. No eran vampiros. En cambio, me arrancaron un trozo de carne mientras yo tiraba para que me soltaran y gritaba del dolor.
Cuando logré separarme me encontré con una proporción significante de piel expropiada. Sangre comenzó a brotar, a deslizarse siguiendo el juego de la gravedad, a tomar espacio en mi piel, afectando todo, quemando todo. Y me ardió como los mil demonios. Salí del auto de un salto y desde fuera, sobre el suelo conteniendo mi propia sangre, me les quedé viendo. Como la película más tétrica del mundo, de esas que yo jamás habría visto por cuenta propia, me quedé observando cómo masticaban mi propia piel.
Y se la tragaron, saboreando después el resto que quedó en sus deditos. Y yo lo vi en sus pupilas; que se ensanchaban grandes y oscuras sobre sus celestes iris. Presencié cómo disfrutaban el tragarme, el sabor de mi carne, el espeso líquido de mi sangre. Yo era un... ¿aperitivo? para... ¿ellos? ¿Qué cosa eran ellos?
Fui tan débil, quizás, que la impresión me ganó. No fue capaz de soportar lo que mis ojos estaban viendo y decidí, en un arranque de emociones inestables, que lo mejor sería dejarlos allí, con los cinturones reteniéndolos, en las sillitas del auto. Irme y escapar para siempre. Volver a mi vida, buscar un terapeuta y dejar que Copito me rasguñe.
Y empecé a alejarme.
Como siempre que algo malo te sucede y necesitas la bendición divina de alguien, nadie cruzaba aquella ruta en busca de nada. Yo tenía los brazos bien apretados sobre el pecho y caminaba a paso rápido, dejando el carro cada vez más perdido detrás de mi espalda, volviéndolo pequeño con cada segundo en el que no paraba de avanzar.
Eventualmente alguien encontraría a esos niños y los salvaría. Quizás esos mismos que intentaran salvarlos se condenarían a sí mismos, porque esos niños comían carne humana y todos lo sabemos aquí, aunque nadie me crea.
Quizás al sujeto que me secuestró tampoco nadie le creyó y por eso se vio en la necesidad de raptarme.
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MACABRO ©
Misteri / ThrillerElla no sabía lo que le esperaba. Tan solo salía de su trabajo, una vez más, después de realizar papeleos extra, cuando un sujeto en una calle solitaria logra interceptarla. Ocho meses de agonía. Ochos meses de esperanza y sangre. Ocho meses de dese...