20

12 4 0
                                    

El auto se había deslizado diez metros colina abajo y el torpedo se encontraba algo enterrado en el tronco de un árbol. Me quedé ahí. Juro que me quedé ahí. Y, después de un rato de incertidumbre, escuché un llanto, probablemente el de Mica, porque ella más llorona que el silencioso de Javi.

Me dije a mi misma que sólo necesitaba verlos con vida, y me quedé allí, de pie en la cima de la colina, observando la muchedumbre acercándose al auto. Creo que ese fue uno de los pocos momentos de mi vida en los que me atrevo a decir que no sentí nada. Yo estaba vacía, quizás muy atormentada, o quizás tan solo agradecida porque desde aquella perspectiva los niños ya no eran mi problema. Así que solo me quedé ahí, como muerta, mirando a las personas que gritaban que había dos niños en el auto.

Cuando los sacaron noté las dos chuletitas de Mica, moviéndose con violencia, asustada, completamente alterada.

Y me fui.

Y no recuerdo qué pasó después de eso.

Solo recuerdo que, una vez recuperé parcialmente mi consciencia, después de mucha terapia y trabajo psicoanalítico, encendí la televisión.

Aún no los había olvidado del todo, ellos seguían apareciendo eventualmente en mi cabeza. Denis fue la de la idea de relajarnos ver la tele. Un canal de noticias, de esos que solo cuentas chismes, se encendió. El titulo era tan atrapante como los sujetos que se mostraban en él.

EL CANDIDATO A LA PRESIDENCIA ADOPTA A DOS GEMELOS DE SEIS AÑOS DE EDAD.

Y los vi bien. Y te juro que incluso parpadeé como estúpida porque no podía creérmelo. El mundo intentaba jugarme una broma. Una maldita, puta y psicótica broma.

Ojos celestes, cabellos castaños y piel blanca. Javi, porque era Javi, tenía la mirada perdida en esa fotografía, mientras que Mica, porque era Mica, sonreía ampliamente, posando con todo su esplendor para la foto. Y recordé las palabras de mi terapeuta, de que ellos pertenecían sólo a mi cabeza, de que nada que lo que había sufrido tiempo atrás era real. Todo era una puta mentira, de esas que produce tu mente y sólo tu mente. Y que, justamente porque vienen de allí, es que te las crees tan ciegamente. Por eso Mica se sentía tan real, pero a la vez tan siniestra. Por eso Javi se veía tan inocente y a la vez tan centrado e intelectual.

—Son ellos —susurré, tan a lo bajo que Denis no pudo escucharme.

Fue mejor porque de haberlo hecho me habría dicho lo obvio, que ellos eran un «producto de mi mente» y que me reflejaban a mí misma y mi deseo inconsciente de devorar. Aunque Julia jamás pudo explicar exactamente qué era lo que me estaba devorando.

Y ahora, con las fotografías en la mano; esas de los diarios, veinte años después, puedo ver cómo se ven de adultos esos niños que hirieron mi mano y mi psiquis por completo. Sin Denis en la habitación me es más fácil observarlos, me tomo más el tiempo de mirarlos uno por uno y analizar las semejanzas que tienen con esos niños del pasado. Los detalles de sus rostros, desde la comisura de sus labios, sus pómulos aparentemente salpicados en pecas —que conforman la única diferencia con aquellos bebés— y la forma algo rasgada de sus ojos.

Pero yo ahora los veo en la tele, presumiendo a sus padres con poder, y no los veo para nada parecidos a mí. Ellos no tienen las piernas gordas, ni parecen tontos y desafortunados como yo. Y parecen revisar la hora antes de salir a cualquier parte.

Porque ellos no son yo.

Ellos son reales. Tan reales como la cicatriz en mi brazo, esa que todos interpretaron como autolesión. Tan reales como la mujer muerta a la que se estaban comiendo el día que desperté allí.

Lo juro.

La pregunta es... ¿tú me crees?

MACABRO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora