Capítulo 11. Solitario.

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SEGUNDA PARTE

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SEGUNDA PARTE

Dos años después...

Dante salió del viejo local donde trabajaba como lavaplatos y a veces de mesero desde hacía dos años, odiaba aquel lugar, era el mismo donde había conocido a Robert tiempo atrás, le daba escalofríos pensar que podría aparecerse por ahí de nuevo, aunque estaba preso, pero desde que su padre enfermó él era el sustento de la casa. Miró al cielo y estaba gris, como su ánimo, corrió para coger un taxi y llegar a su segundo trabajo ya que había comenzado a llover torrencialmente.

Apenas llegó al hospital, se cambió y vistió aquel uniforme gris varias tallas más amplio que su delgado cuerpo, últimamente el gris lo acompañaba a todos lados. Cogió los instrumentos de limpieza y se dispuso a trapear la baldosa pues era personal de intendencia. Le gustaba trabajar ahí pues los médicos y enfermeros eran amables con él e incluso habían estado aprendiendo un poco de lengua de señas para comunicarse con él. Sobre todo, Marcos, un joven médico con el que solía tener largas charlas, no lo consideraba completamente un amigo, pero si un conocido y que le agradaba.

A las diez de la noche salió y tomó el transporte público, el cielo ya no babeaba, se dirigió al bar «Salón 310» donde los fines de semana trabajaba como guardia de seguridad pese a su baja estatura, esa noche cubriría a un compañero que tenía problemas familiares. Mirando por la ventana aspiró el olor de la noche húmeda con pesadez, desde aquella vez que casi pierde la casa la lluvia no le gustaba. Como cada noche el lugar estaba a reventar, Dante con su uniforme oscuro vigilaba atento a cualquier situación, para su suerte las riñas no eran tan comunes y cuando era necesario intervenir lo hacían sus otros compañeros que eran más corpulentos y estaban al tanto de su «situación».

Dante llegó a casa a las tres de la mañana, su padre estaba profundamente dormido. Se dio una ducha rápida, cenó y se dejó caer sobre la colchoneta que tenía al lado de la cama. Al día siguiente se repetiría aquella rutina, rutina que había variado muy poco en los últimos dos años desde «la partida de Joe». Antes de quedarse dormido cogió de su lugar secreto su mayor tesoro: una foto de Joe. Foto que le había robado de Tony hacía algún tiempo ya, era su amuleto. Lo odiaba por haberlo abandonado justo antes de que todo empeorara sin importarle como sobrevivirían él y su papá, pero... también lo amaba y eso lo hacía odiarlo aún más. Aún lo amaba más que a todo en el mundo.

 Aún lo amaba más que a todo en el mundo

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