Capítulo 4. La promesa.

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Dante se sentó en la vieja mesita para realizar todos sus trabajos escolares sin dejar de pensar en la expresión del rostro de Joe

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Dante se sentó en la vieja mesita para realizar todos sus trabajos escolares sin dejar de pensar en la expresión del rostro de Joe. Sin darse cuenta se quedó dormido sobre el cuadernillo y un montón de hojas de papel hasta que sintió una pesada mano en su hombro, era su padre con la cena.

—¿Dónde está Joe? —dijo mientras hacía señas—. Ya veo —le quitó una hoja que se le había adherido en la cara.

Dante garabateó un papel y se lo pasó mientras daba grandes bocados a su cena. Tlacaélel leyó rápidamente la nota.

—Espero que esté bien —susurró—. Toma —le pasó más comida—. Yo... estoy... lleno —señaló, aunque era mentira, la comida era escasa, pero alimentar a Dante siempre sería su prioridad. Frente al bienestar del pequeño su propia hambre no era nada.

—¡Ja, ja, ja! —las risas resonaron por todo el pasillo, la fría losa había recibido el rostro de Dante

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—¡Ja, ja, ja! —las risas resonaron por todo el pasillo, la fría losa había recibido el rostro de Dante.

—¡Ups, se me resbaló el pie! —dijo un chico con cuerpo de gorila y sonrisa malvada.

Dante se levantó tan rápido como pudo, tenía los ojos húmedos, estaba usando todas sus fuerzas para contener el llanto. Se sentía profundamente humillado. Nadie se acercó para ayudarlo (nadie nunca lo hacía) todos a su alrededor se reían a carcajadas, aunque Dante no pudiera oír las burlas igual causaban daño. Salió corriendo hasta el aula, al menos ahí en un rincón podía ser invisible.

—«Al menos él estará a la salida» —se dijo a sí mismo mientras rayaba una letra en su cuadernillo.

Ese pequeño sentimiento le dio la fuerza para sobrevivir un día más en el colegio: empujones, collejas, puntapiés, bolas de papel estrellándose contra su cabeza, esperar que todos estuvieran en sus aulas para poder ir al baño (no fuera que tuviera la suerte de Hermione y se encontrara un monstruo) y una fugaz visita con el profesor de «educación especial» al que muy poco podía importarle el progreso de Dante.

—«No está» —pensó cuando no encontró a Joe esperándolo. Decidió ir a casa tal vez él iría directamente allí, pero no lo hizo. Cayó la noche y el corazón de Dante se apachurró. Cogió sus libritos de lengua de señas y practicó solo frente al espejo.

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