Capítulo 15. Buscando el paraíso.

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Dante iba sentado en el asiento del copiloto absorto en sus pensamientos, Marco, por su lado tenía los ojos puestos en el camino. Estaba feliz, durante un tiempo estuvo enamorado del pequeño chico de intendencia en secreto, ahora ese chico estaba a su lado y le había dado una oportunidad, oportunidad que no desaprovecharía. Miró a Dante mientras el semáforo estaba en rojo, recordó las veces que lo veía desde lejos sin saber nada de él, pero con el corazón exigiéndole acercarse y descubrir sus secretos. Agradecía haberle hecho caso a su corazón.

Marco cogió la delicada mano de Dante entrelazando los dedos, Dante lo miró sonrojado pues era la primera vez que un chico le tomaba de la mano. Continuaron así el resto del trayecto, incluso, ingresaron así al restaurante. Marco lo llevaba orgulloso de la mano.

«¿Te gusta?».

«Sí. Pero parece caro. No quiero ser una molestia».

«Para nada. Te amo. Haría todo por ti».

Marco tomó su mano y comenzó a besarla caballerosamente, Dante se sonrojó, también era la primera vez que besaban de esa forma su mano. Se sintió querido por primera vez en la vida.

«¿Quieres ordenar?».

«Hazlo tú. Confió en ti».

Marco sonrió al leer esas palabras en las manos del chico.

La velada trascurrió fantásticamente. La comida era deliciosa, el ambiente ameno y la «charla» entre ambos increíble. Por varias horas Joe no hizo acto de aparición en sus pensamientos. La presencia de Marco era extraña, diferente, pero agradable. Dante ahora veía con más detalles las finas facciones de Marco, su nariz recta y perfilada, mandíbula cuadrada, lo suave que lucía su cabello, que tenía destellos dorados en el avellana de sus ojos y en esa elegancia y seguridad de sus movimientos como si estuviera completamente a gusto con su cuerpo. En resumen, era todo un sueño hecho realidad para muchos... ¿lo sería también para él?

«Prueba».

Le indicó Marco pinchando una frutilla del delicioso postre y dándosela en la boca. Dante dócilmente obedeció.

«Vamos. Tengo una sorpresa» le indicó extendiéndole la mano.

Dante la tomó sin dudar.

Marco manejó unos minutos hacia las afueras de la ciudad hasta llegar a un camino donde el automóvil ya no podía avanzar más, entonces ambos bajaron. Dante se abrazó a sí mismo porque el aire estaba frio, pero Marco lo cubrió rápidamente con su abrigo que le quedaba muchas tallas más grandes haciéndolo parecer más pequeño de lo que era.

«Tendremos que caminar un poco» le informó a Dante.

Ambos comenzaron a subir la empinada colina tomados de las manos. La noche era fresca y el cielo lleno de estrellas sin nubes a la vista, la luna sobre el horizonte que les sonreía. Llegaron a la cima a los pocos minutos de caminata, era un lugar hermoso cubierto de pequeñas florecitas rojas, blancas y algunas amarillas, había un pequeñísimo ojo de agua y muchos árboles florales, aunque de momento tenían muy pocas flores, las luciérnagas titilaban tímidas entre las copas de estos, era como un pequeño pedazo del paraíso en la tierra. Marco sacó de la mochila que llevaba, una manta y una botella de vino. Ambos se acostaron para mirar el cielo, tal vez era por la altura del lugar, pero parecía haber más estrellas en el firmamento. Era bellísimo pues incluso se podía distinguir la vía láctea.

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