Las hadas de metal

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Las hadas de metal de INNUZA

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Las hadas de metal de INNUZA

«Si lo hago, muero como héroe; si no, vivo como rey». Pensaba.

La ciudad estaba iluminada por el neón. El vapor surgía del asfalto, y los vehículos voladores rozaban los rascacielos.

«Tú puedes. Todo depende de tu decisión».

El hombre vestido de traje negro avanzó por el pasillo largo. Se observó la mano prostética de metal y cables mientras deseaba que no lo tomaran por un cíborg. Tras él quedaron los dos primeros guardias, y los dos segundos lo detuvieron.

—Armas —dijo uno de ellos y levantó su rifle.

—La dejé con los de atrás —respondió.

—La del tobillo.

—Por favor, ¿crees que tengo un arma en mi tobillo?

—Yo tengo una en el trasero —le respondió el otro guardia—. Yo creo que también tienes una ahí.

El hombre de traje suspiró mientras desenfundaba el arma oculta de forma estratégica en la retaguardia y la dio a quien la había pedido.

—Lo sabía. Me debes diez pelucas —respondió el mercenario del trasero peligroso.

El caballero accedió al bunker y la escotilla se cerró. Lo que encontró fue un lugar lleno de máquinas que hacían ruidos molestos; pantallas que mostraban lugares de la ciudad en vivo y sonidos de cientos de ciudadanos que salían de bocinas.

En el centro de la sala había una mesa redonda, y alrededor cuatro tipos sentados. Uno tenía el cuerpo peludo y se rascaba sin cesar; otro estaba cubierto de papel de baño y nada más; el tercero tenía un par de tornillos en el cuello, la piel verde y una cicatriz falsa surcaba su frente; e último estaba de pie y... disfrazado de Drácula, sólo eso.

El conde extendió la palma y el recién llegado tomó el asiento vacío.

—¿Tú de qué vienes disfrazado? —Preguntó el colmilludo sangrón.

El hombre se miró las manos mientras meditaba la respuesta; no se había imaginado que esos locos se tomarían tan en serio la festividad.

—Me parece que se vistió de espía —se adelantó a responder la momia higiénica.

El corazón del tipo de negro aceleró y el aire a su alrededor pareció enrarecerse. Entre sudores la mente le recordó los métodos de tortura que conocía bien. Miró a cada uno de los disfrazados; pero la máscara de lobo, el papel perfumado, la cara verde que se ocultaba en las sombras y los kilos de maquillaje pálido ocultaba las expresiones.

—Gustos refinados —Drácula aplaudió, matando al silencio—. Justo de eso pensaba vestirme; sería irónico. Vaya, yo creí que estabas disfrazado de cíborg.

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