El mundo del punk está lleno de maravillas. Aquí encontrarás las historias ganadoras de los diversos retos sobre subgéneros punks que se realizó.
Un paseo por un contenido distinto.
Me especializo en mantenimiento y reparación de robots de todo tipo: los que realizan tareas domésticas, los de entretenimiento, los bélicos. No es tan distinto de reparar automóviles, porque aunque precisan otro tipo de combustible, tienen mucho en común. A veces son empresas quienes me contratan, pero en otros casos recibo consultas de particulares.
Mis días suelen transcurrir sin mayores sobresaltos. Por eso, el mensaje ensobrado que se deslizó bajo la puerta de mi oficina esa mañana me tomó por sorpresa. No pude ver quién lo trajo. Al ver aparecer el sobre, me puse de pie de un salto y detuve la música del gramófono, pero solo llegué a escuchar el sonido de unos tacones que se alejaban. Para cuando abrí la puerta, ya no había nadie en los alrededores.
Dentro del sobre estaba la tarjeta de un local de jazz llamado Polifonia, yen la parte trasera había una nota que decía: Hoy, 8pm. Discreción absoluta. Buena paga. Mencionar invitación de Lorna en la barra.
El tono del mensaje me recordó a un caso del pasado, en que un jefe de la mafia me había contratado para reparar un curioso aparato de auto-recreación mecánico. En aquel entonces había tenido que firmar un contrato que exigía secretismo total, aunque un vistazo a su colección de armas había sido suficiente para convencerme de no hablar. Me llevaría aquella anécdota a la tumba.
Esa noche llegué a las puertas de Polifonia preguntándome si este caso sería similar a aquel. Un pasillo estrecho llevaba al interior, donde las luces amarillentas de las lámparas creaban una atmósfera íntima. Me acerqué a la barra, y un joven camarero me recibió con una sonrisa cansada pero amable. Sobre su chaleco había un prendedor de plata con su nombre: Roman.
—Disculpa —le dije, quitándome la fedora que llevaba puesta y dejándola sobre la mesa de la barra—. Vengo por invitación de Lorna, ¿sabes dónde puedo encontrarla?
—Sí —respondió él—, pero tendrás que esperar a que termine de cantar.
Seguí su mirada hasta un pequeño escenario que había al fondo, sobre el cual se concentraron las luces. A él subió un robot que se acercó al micrófono de pie y se presentó como Lorna. La revelación me descolocó por un momento, pero no pude evitar notar que llevaba puestos zapatos de tacón, probablemente los mismos que yo había escuchado fuera de mi oficina esa mañana.
Era la primera vez que un robot me contactaba directamente. ¿Qué podría querer de mí? El modelo de Lorna era moderno. A pesar de que estaba recubierto por material metalizado, este se veía flexible, y tenía un tinte color bronce, lo que le daba una apariencia más humanizada que la de los viejos modelos de acero inoxidable. Su rostro también era mucho más realista.
—Buenas noches —saludó Lorna—. Veo algunas caras conocidas, y algunas nuevas —dijo, mirándome a mí—. Espero que disfruten de esta velada.
La actuación comenzó con una canción alegre. La voz de Lorna era agradable, y tenía apenas un dejo metálico. Luego del primer par de canciones, las luces se encendieron y el pequeño concierto pasó a un segundo plano, sirviendo como acompañamiento musical de fondo.
—Es buena —le comenté a Roman, y al mirarlo noté que el cansancio de antes se había vuelto más evidente, tanto que parecía estar a punto de colapsar ahí mismo—. ¿Estás bien?
Él abrió la boca para responder, pero no llegó a emitir palabra. Sus ojos se cerraron y el peso de su cuerpo lo hizo caer hacia adelante. Tuve solo unos segundos para reaccionar. Apenas pude evitar que su cabeza se diera contra la mesa de la barra. Lo sostuve como pude desde donde estaba, y miré a mi alrededor en busca de ayuda.
El concierto se detuvo, y un murmullo preocupado se extendió por el salón. Lorna se apresuró a bajar del escenario, aunque le indicó a los músicos que siguieran tocando. Al llegar a la barra, acomodó a Roman en sus brazos, bromeando sobre que seguro había bebido demasiado, y me ignoró cuando le dije que no era así y que necesitábamos un doctor.
—Imagino que esto debe ser confuso para ti —me dijo ella—, pero solo sígueme.
Nos escabullimos hacia el fondo del local a través de un pasillo laberíntico y terminamos en un pequeño cuarto, donde Lorna colocó a Roman sobre un largo sofá de terciopelo.
Fue allí que Lorna abrió el chaleco de Roman primero, su camisa después, y por último hundió los dedos en su pecho hasta destapar una parte de la piel que dejó al descubierto un compacto motor mecánico que me quitó el aliento. Me incliné sobre él para apreciar aquella maravilla, y pude oler el aroma a combustible robótico. ¿Cómo podía ser posible? Había escuchado leyendas de robots que podían pasar por humanos, pero nunca había visto algo parecido.
—¿Es de verdad un robot? —pregunté, sin terminar de creerlo.
—Es un prototipo que mi creadora completó antes de morir. Lleva un tiempo sin funcionar bien. Al ser un modelo único, no hay repuestos específicos, y no podemos ir con cualquier persona para repararlo. Podrían denunciarlo. Él prefiere la destrucción antes de que el ejército descubra que existe y quiera llevárselo, pero yo no quiero que sea destruido. Es mi hermano. ¿Crees que puedas ayudarlo? Sé que estoy arriesgándome contigo, pero te he investigado a fondo y tengo entendido que sabes guardar secretos.
Sonreí al escuchar aquello, sabiendo a qué se refería. Volví mi atención al fascinante interior mecánico de Roman. El fuerte olor y el apagado repentino me hacía pensar en una posible grieta en las líneas de combustible. Incluso si no contaba con los repuestos específicos, encontraría la manera, aunque tuviera que fabricarlos en mi propio taller.
—Por supuesto —respondí.
Abrí mi maletín, donde traía algunos de mis implementos de trabajo, y me puse manos a la obra.