Mercados de Sueños

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Mercados de Sueños @CarnavaldeMonstruos

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Mercados de Sueños @CarnavaldeMonstruos


Siento un nudo en la garganta al entrar al Mercado Onírico a recoger el sueño que encargué hace unos días. El mercado está en la parte antigua de la ciudad, en el predio de lo que solía ser una fábrica de androides. Adentro está abarrotado de puestos que ofrecen chips generadores de sueños.

El precio de los sueños depende de la experiencia: uno simple y con parámetros predeterminados, como comer cierto plato que no puedes costear en la vida real, no sale lo mismo que una experiencia personalizada con elementos a medida. En los callejones que rodean al mercado se venden también sueños eróticos, pero eso no es lo que busco.

Mi pedido es muy específico. La diseñadora onírica no me dio garantías, pero se comprometió a intentar cumplir con mi encargo a partir de la información que yo ofrecí.

—Hice lo que pude, espero que sea suficiente —me dice, al entregarme el chip. Y yo le digo que no se preocupe, pero las manos me tiemblan al tomarlo.

No espero a que sea la noche para probarlo. Apenas llego a casa me tiendo sobre la cama e inicio el proceso de sincronización con el chip.

La transición de la realidad al sueño es poco fluida. El mundo se entrecorta a mi alrededor cuando mi cuerpo empieza a dormirse, y las imágenes se mueven y se deforman, hasta que por fin se estabilizan. Los colores del sueño están algo saturados. Las paredes se ven más anaranjadas que crema, pero a pesar de todo, la reproducción de mi apartamento es bastante fiel.

A mi lado está Alec, como en la mañana del recuerdo que pagué para reproducir. Sus ojos tienen el tono correcto de castaño.

—Es hora —me dice, y su voz también es una reproducción perfecta—. Tengo que ir yendo al puerto espacial.

—No vayas —le ruego.

La imagen de Alec se entrecorta. Esto no pasó en la realidad, así que el programa necesita unos instantes para adaptarse y responder al nuevo escenario.

—Tengo que ir —responde finalmente, repitiendo las palabras de hace unos momentos—, pero voy a volver. Siempre te preocupas demasiado.

Asiento, aguantando las lágrimas, y me aparto un poco para dejar que se levante de la cama. Lo observo mientras se viste, y lo escucho mientras repasa cómo será la misión: el satélite que va a evaluar es un excelente candidato para minería, y en un par de semanas ya debería estar de vuelta.

El recuerdo final que tengo de Alec es el de él saliendo por la puerta luego de despedirse. La nave explotó por un desperfecto antes de llegar a su destino.

«Adiós», había sido lo último que yo le había dicho aquel día. Pero en este sueño que reproduce esa memoria, tengo el poder de cambiarlo.

—Te amo —le digo, mientras él se aleja.

La imagen se distorsiona un poco. El programa está recalculando las variables. Segundos después, Alec se da vuelta para mirarme, una última vez:

—¡Yo más! —afirma, con una sonrisa.

Fin.

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