Ojos abiertos

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Ojos abiertos por MariG112

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Ojos abiertos por MariG112


Aproximadamente a las nueve de la mañana, en la vivienda de los Wright se escuchó un grito tan fuerte que el sonido daba la impresión de que las paredes estaban por temblar. Incluso lo hicieron por un momento, pero no fue algo que la única hija de la familia, Carol, pudiera ver.

Ella abrió los ojos justo después de oír ese agudo chillido; apretó la mandíbula ante la rabia que le ocasionaba el hecho de que su sueño hubiese sido interrumpido, y en el momento en que se sintió más calmada, se talló los ojos, se calzó las pantuflas y salió de su habitación.

-¿Pasó algo? -cuestionó, apoyando las manos en el barandal de la escalera como si eso pudiera mejorar en algo su audición.

No recibió respuesta.

La preocupación que esto último le causó le hizo correr por las escaleras -casi cayéndose en el proceso- con el propósito de llegar hacia donde creía que se encontraba su progenitora -quien creía que había emitido ese grito- y obtener información sobre cómo le podría ayudar con lo que fuera que estuviera pasando.

Se asomó hacia un lado de la pared y saludó con la mano a su mamá, quien le sonreía a manera de saludo en una pose que no era la habitual, pues solía entrelazar las manos por encima de la mesa, y actualmente se encontraban escondidas bajo ésta.

-¿Pasó algo? -Volvió a preguntar, teniendo un mal presentimiento sobre todo lo que había escuchado y visto.

Siguió sin haber palabras por parte de la mujer, y Carol comenzó a desenredar con sus dedos sus castaños cabellos, tal como hacía cada vez que se encontraba nerviosa, y sabiendo que su mamá compartía ese sentimiento; lo sabía debido a la fuerza con la cual se mordía el labio, lo soltaba y lo volvía a tomar entre sus dientes. Una y otra vez.

-Mamá.

La chica trató de llamar la atención de su madre.

Eso bastó para que la mayor sollozara con fuerza varias veces y alzara los brazos, mostrando a su hija cómo sus manos y parte de los antebrazos se deshacían en códigos verdes e ilegibles, los cuales apenas se mostraron ante la chica comenzaron a alzarse hacia el techo, volviendo a ponerse en su lugar antes de alcanzarlo y tomando de nuevo forma de manos y antebrazos.

Carol imitó el gesto que hacía su madre de morderse el labio mientras buscaba en su mente algo que pudiera hacer lógico lo que ocurría, pero no había nada que pudiera volver normal lo que acababa de ver. Eso no podía ser real.

Pero ella ignoraba que esa no era su realidad.

-Prométeme que no se lo dirás a papá -Le dijo su madre después de un tiempo de observar maravillada cómo sus extremidades habían vuelto a la normalidad.

Carol sabría que él se daría cuenta en algún momento; que seguramente lo que estuviese ocurriendo volvería a pasar, pero de todas formas asintió, pues no le agradaba en lo absoluto la idea de desobedecer. Y sin palabras, aceptó que iba a mentir lo más que pudiera.

Lo que fuera para no tener a nadie más cuestionándose qué tan real era lo que veían; para que no se sintieran tal como ella, que estaba comenzando a recordar y no quería hacerlo.

[...]

En su propia casa, en la escuela, e incluso a mitad de la calle. En todas partes que fuera posible. Durante los siguientes días había visto cómo a distintos objetos y personas les ocurría exactamente lo mismo que a su madre, deshaciéndose en códigos y volviéndose a armar como materia en sólo unos instantes.

El hecho de que esa situación se volvía más frecuente ya no podía ser un secreto para nadie, ni para aquel que estuviera más desinformado en el mundo, pues comenzaba a verse en todos lugares a los que una persona pudiera ir.

Carol sufría ante la idea de que su mundo se estaba cayendo a pedazos; lo que cada vez con más frecuencia veía no le causaba buena espina en lo absoluto. Le ponía nerviosa sobre el futuro. Sobre si, en algún momento, todo lo que veía se iba a destruir y volverse códigos de manera permanente. Tenía miedo a que alguna vez ocurriera aquello que tantas veces había visto en películas de ciencia ficción.

Lloró todo el día en el que, por primera vez, le ocurrió exactamente lo mismo que a todo el mundo. Sabía que iba a ocurrir, pero no dejaba de doler ver cómo su cuerpo se deshacía y se volvía a formar, tal como solía hacer todo aquello que tocaba.

Se preguntaba si, después de mucho tiempo, lo que fuera que estuviera pasando podría terminar con la existencia de alguna cosa; si las personas y objetos desaparecerían uno a la vez o si todo terminaría al mismo tiempo. Lo que era seguro era que la situación iba a representar el final de todo; sólo así se explicaba que pudiera afectar a casi cualquier cosa sobre la Tierra.

Sus dudas se vieron resueltas de la manera más desagradable que fue posible justo al día siguiente de la primera vez que se vió afectada por las fallas de la simulación, cuando su madre presentó el mismo problema al cual la familia ya estaba acostumbrado, pero de pronto los códigos desaparecieron por completo, y la vida de Dorothy Wright se había desvanecido por completo. Y Carol lloró más.

Desde ese día pasó el tiempo sin sentir nada en lo absoluto; nada que no fuera el deseo de que le ocurriera lo mismo que a su progenitora, pues se estaba cansando de ver todo desvanecerse y de sentir dolor cada que creía que estaba por ocurrirle lo mismo.

Pasó semanas así antes de, alguno de tantos días, despertarse llorando sin razón. Desde el alba hasta el anochecer tuvo un sentimiento bastante agridulce, distinto al vacío que solía tener en el corazón.

Y ese sabor agridulce se vió convertido en algo completamente dulce -tal como el gusto a chocolate- cuando, justo estando a punto de conciliar el sueño, se sintió entumecida. Sus piernas se deshacían y eso ocurría rápidamente con el resto de su cuerpo; ya no dolía, simplemente dejó de sentir todo. Eso fue lo que le hizo saber que estaba muriendo.

Y todo para ella se destrozó, volviéndose también códigos de un verde brillante sobre un fondo negro.

Pero las cosas no terminaron allí.

Después de tanto tiempo, pudo abrir sus ojos a la realidad, esa que tanto detestaba; esa realidad en la que era huérfana y la vida que tenía, aquella que tanto se parecía a la que siempre había soñado, no era nada más que un regalo de Navidad hecho hace tanto tiempo que ya no recordaba exactamente el año.

Se retiró las gafas de realidad virtual para tallarse los ojos, que dolían después de al menos ocho años de estar solamente viendo una pantalla.

Exploró con la vista el orfanato para luego observar con atención el aparato que ya no le servía, y llena de rabia, lo aventó al suelo, rompiéndolo en el proceso y rompiendo en llanto también.

Ella de verdad no quería estar allí, por eso lo había ignorado tanto tiempo. Pero ya no podría olvidar que esa era su realidad.

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