Prólogo.

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Siempre fui una mujer muy ilusa; mi inocencia y osadía traspasaba límites y a causa de ello me llevaba grandes decepciones. Mi felicidad se basaba en ser completamente ignorante, se basaba en hacer de mi vida lo que yo quisiera; un alma libre.

Y muy tarde lo entendí, lo entendí cuando, en ese momento, me encontraba tendida en mi cama recordando todos aquellas decisiones que habían marcado mi corta existencia, aquellas que me habían llevado hasta este punto imborrable.

Lágrimas caían sobre mis mejillas humedeciéndolas y me lamentaba constantemente mis erróneas acciones. Odiaba llorar, pero me era imposible añadir calma a la situación por la que atravesaba. Me dejé enamorar y me dejé cegar tras engaños interminables. Yo misma me vendé los ojos, obligándome a no querer destrozarla para observar la realidad y ahora, poco a poco, un bebé de apenas dos meses yacía en mi interior.

Escuché las gastadas ruedas de la maleta siendo arrastradas y dejé de lamentarme para mostrarme bien ante la persona que se acercaba. Al poco tiempo mi madre estaba bajo el marco de mi puerta, mirándome con repugnancia; como lo había estado haciendo durante semanas.

-Vamos -dijo ella, su brusca voz hizo que me estremeciera y apretara el mentón con dureza-. Ya es hora de que te vayas.

Mis padres se tomaron con la mente muy cerrada la noticia de mi embarazo, lloraron, me culparon mil veces de ser la desgracia de mi familia. Tan joven y marcada, chillaban aquello a cada hora.
Por mí ellos serían vistos con malos ojos y juzgados por la gente al tener una hija embarazada antes de ir en busca de trabajo. En tan poco tiempo y sin rodeos tomaron la drástica decisión de mandarme lejos de la cuidad y así no tener que lidiar con mis problemas y las críticas constantes de los vecinos.

Suspiré. Aquellas lágrimas que había derramado cesaron, las sequé con la manga de mi blusa con calma. Justamente en ese momento me sentía más que nada vacía.
Yo sabía mejor que nadie que mis padres querían que perdiera al bebé, estuve día y noche tratando de convencerlos de la horrible idea que tenían en mente, pero todos mis intentos fueron en vano. Y por eso opté por irme por decisión propia, cuya decisión fue muy bien visa por mis progenitores.

Después de una larga discusión con mis padres, la cuales ya eran muy habituales y repetitivas, ordenaron un auto de sitio que me llevó sin prisas hasta el aeropuerto, ayudándome a trasladar el equipaje, al creer que no estaba en posición de realizar algo debido a mis ojos inflamados y mi aspecto desaliñado. Estúpidos pensamientos ajenos. Ya en el avión active la pantalla que siempre tenían en los asientos y saqué mis auriculares, olvidándome de todo solo por unas horas, creando historias en mi cabeza conforme la letra de la canción que reproducía.

Unas horas más tarde una amable azafata me despertó, avisándome el reciente aterrizaje. Me encaminé hasta la salida, volviendo a llenar mis pulmones de aire fresco. Ahí empezaría otra vida, junto con mi bebé, acaricié mi pequeño vientre casi automáticamente y sonreí.

-Aquí comenzaremos una nueva vida, lejos de las personas que nos quieren dañar -susurré.

Cogí mi equipaje, con las pocas pertenencias que había llevado y caminé por las calles de California mirando todo ilusionada, perdiéndome en lo hermoso que era, los colores y la vida que rodeaba cada pared, estuve horas caminando, viendo con extrema atención los apartamentos, esperando encontrarme con el nombre del apartamento que mis padres me habían otorgado. Al menos, se podría decir, se preocuparon por mi estancia.

Respiré con alivio al darme con el edificio del apartamento y con esfuerzo subí las interminables escaleras tropezándome varias veces con la pesada maleta.
Al subir el ascensor y terminar en mi piso me quedé deslumbrada, no era un edificio lo demasiado lujoso y conseguía transmitir aquel aire de hogar y calidez... no debo de olvidarme mencionar aquella excelente vista que se podía apreciar por las pequeñas ventanas. Caminé por el pasillo, donde de muchas puertas blancas se podían apreciar diversos sonidos.

Al abrir mi respectiva puerta me recibió un aire de soledad y mucha oscuridad ya que el sol había optado por desaparecer aquel día dando su término. Un pequeño pasillo y una desolada sala me daba la bienvenida y no quise ni siquiera imaginarme el resto de las habitaciones, jamás me imaginé que papá hubiera mandado a arreglarla con muebles y una pequeña parte de mí se alegró de haber acertado.

Arrastré la maleta lejos de la puerta para dejarla caer a mí lado. Y sin poder evitarlo comencé a desbordar todas aquellas lágrimas que me molestaban desde mi llegada. Y en ese pequeño momento, la oscuridad fue mi único apoyo.

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