Capítulo 07 | Déjà vu

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Cada noche antes de dormir papá me tarareaba canciones y leía cuentos inventados sobre princesas que no necesitaban ser salvadas, y príncipes faltos de valentía

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Cada noche antes de dormir papá me tarareaba canciones y leía cuentos inventados sobre princesas que no necesitaban ser salvadas, y príncipes faltos de valentía. Entre todas esas asombrosas noches hubo una muy especial en la cual me dijo que si deseaba algo esto finalmente se escurriría de mis manos si no hacía algo para evitarlo, que no era sano desear sin diseñar un objetivo para escalar ese sueño.

Con Eric nunca dibuje un objetivo, ni tan siquiera consideré la posibilidad real de un nosotros, fue fácil quererlo en silencio, fue fácil ocultarme tras libros de mil páginas y de mis flecos mal hechos, fue fácil verlo como un imposible, como esa luz inalcanzable al final del túnel. Desde que tengo memoria lo he querido, sólo que nunca he sido lo suficientemente valiente para pelear por ello. Durante días y noches enteras fantaseaba con sus besos y sus gestos románticos, alucinaba con la idea de que cualquier momento él iba a llamar a mi vida y confesaría que siempre he sido yo la chica que le gusta, pero ahora que finalmente ese sentimiento podría ser una realidad eso que siempre he sentido por él se ha desvanecido como por arte de magia, se me ha ido como todas esas tantas cosas que algún día amé y hoy en día ya no están en mi moda, como las tantas canciones que alguna vez que recite a todo pulmón y en este momento no recuerdo ni sus letras o como todos esos poemas que algún día escribí cuando estaba triste y que finalmente deje morir olvidados en un polvoroso cajón...

—¿Eliette?—Exclamó Eric al notar mi repentino silencio— ¿Todo bien?

Ni tan siquiera había sido consiente que la motocicleta se había detenido en lo que parecía una heladería y mucho menos que Eric me sonreía como si fuera la octava maravilla del mundo. Su dentadura resplandecía en la oscuridad como una brillante joya, nunca había distinguido que sus dientes a pesar de ser muy pulcros estaban torcidos y disparejos. Sé que no es el mejor momento para pensar en ello pero lo hago, porque cualquier cosa es menos vergonzosa que mirar sus ojos después de la semejante confesión que me hizo, una confesión para que la definitivamente no estaba ni de cerca preparada.

—Sí, sí, todo bien.

Mi vista viajo desde de su rostro hasta recaer en el enorme cartel con detalles en rosa que cuelga de la puerta de entrada Capricho se podía leer encima de un subtítulo que prometía los helados de la ciudad.

—¿Segura?—Asentí dudosa—Tal pareciera que te comieron la lengua los ratones.

—No conozco este sitio—desvié la conversación—¿Acaso es nuevo?

—De hecho lleva un rato aquí, solo que por razones que desconozco estuvo cerrado por un largo tiempo. Hace como un mes volvieron a abrirlo. Bueno al menos eso dice en su página web. Me pareció un excelente lugar para traerte, el sitio perfecto, un poco alejado y por la tarde noche solitario. A mis sobrinas les encantaban los helados de la señora Isela—hizo una pequeña pausa en la que sonrió—Isela es la dueña del local y la maestra pastelera, irónicamente es una señora muy dulce, casi tanto como tú, de hecho si ella y tú se conocieran harían clip inmediatamente.

Un desastre llamado túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora