Observaba el cielo oscuro y tétrico, detallando cada detalle de su inmensidad, quizás esperando encontrar en ese enorme infinito una estrella fugaz a la que pedirle un deseo, una hermosa luz a la que rogarle que me ayude a resistir todo el dolor que ha convertido mi pecho en un campo de batalla.
Estoy donde siempre, en el sitio en el que me refugio cuando mi mundo se viene abajo, la solitaria terraza en la que alguna vez se pintaron sueños. Este lugar es el sitio más acogedor del universo, el balcón adornado con recuerdos, dónde viví los mejores momentos de mi vida, aquí papá y yo jugábamos a ser felices y gritábamos a todo pulmón intentando que los aviones nos escucharan, él fingía que era posible y yo que no sabía que era otra más de sus fantasías para hacerme feliz.
Aunque intento bloquear el dolor, cada herida que algún día fue creada, cada trago amargo que escoció mi garganta, cada espina que fue clavada en mi corazón, volvió a punzar como la primera vez. Bien dicen por ahí que cuando estamos tristes no es solamente por una cosa, es por todo eso que algún día nos dolió.
Las lágrimas corren por mis mejillas sin rumbo fijo, bajan hasta mi boca y mueren ahí al igual que tantas palabras que calle por cobarde, todas esas tantas cosas que quise decir, y que finalmente no dije por miedo a perdernos un poco más. Y aunque me sentía como si ya no hubiera vuelta atrás, como si sus palabras de rechazo hubieran marcado un antes y un después, para ella la vida continuaba igual. Tonteaba en la cocina haciendo malabares con la cena, mientras los gemelos correteaban a su alrededor levantaban las manos simulando que podían volar. Había remplazado su elegante atuendo por sus habituales pantuflas y su pijama de satín, hecho que me hizo suponer que no tenía intenciones de asistir a su cita. La miraba sin poder creer lo feliz que se veía después de todo lo que había sucedido, después de todo el daño que me hizo queriendo o no. Y como de costumbre yo termino siendo la bruja a la que siempre le rompen el corazón y lo peor es que sé que eso nunca cambiara.
Sentí sus pasos acercarse y me puse rígida y con un movimiento brusco me deshice de mis lágrimas. No quería que me viera así vulnerable, completamente herida, en eso nos parecemos un poco, ninguna de las dos se nos da fácil mostrar los sentimientos.
-La cena está lista-comentó cohibida mientras mordisqueaba sus uñas, eso solo lo hace cuando se encuentra nerviosa o incómoda, y por más que lo disimule tan bien, está situación es un poco de los dos.
-No tengo hambre-respondí sin mirarla-Cenen ustedes, ya es un poco tarde para Siam y Liam, recuerda que si se exceden de horario no les sienta bien...
-Levanta tu enorme culo y camina derecho hasta el comedor, al menos que desees que te lleve a la fuerza ¡Ya no eres una niña, joder, no te comportes como tal!
-Ya te dije, no tengo hambre. No puedes obligarme a comer.
-Madura ¿Si?
ESTÁS LEYENDO
Un desastre llamado tú
Novela Juvenil"Nunca imaginé que odiarlo tan solo era el primer paso"