Capítulo 3

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Octubre 25, 1981, Hogwarts, Escocia

Mientras Severus caminaba por los terrenos de Hogwarts, a los que estaba sorprendido que hubiera podido entrar, no podía dejar de pensar en la gente a la que había perdido. En Lily, en Nicholas, en Iris... en toda esa gente que lo había dejado por sus errores. Ahora estaba solo, totalmente solo. No tenía a nadie a su lado, y Severus se sentía simplemente mal. Sentía que ya nada valía la pena. Sabía que, cuando el Señor Tenebroso se enterara que lo había traicionado al hablar con Dumbledore, lo mataría sin pensarlo por un segundo, pero la verdad era que a Severus no le importaba demasiado. Ahora que no tenía a Nicholas a su lado, lo único que quería lograr antes de morir, era poner todo en orden para poder irse en paz.

Cuando llegó a la puerta de Hogwarts, esta se abrió para dejarlo pasar, y Severus enarcó una ceja, confundido. Él habría pensado que Hogwarts no le permitiría acceso siendo que era un Mortífago, pero al parecer la imagen de Dumbledore de él había cambiado un poco después de lo que había pasado con el nacimiento de Nicholas. De todas maneras lo impresionó, después de todo, el siempre había sentido que las puertas de Hogwarts estarían cerradas para él.

Subió las escaleras empezando a sentir nervios, empezando a pensar que tal vez estaba cometiendo un error. ¿Querría Dumbledore escucharlo? ¿Le creería? Después de todo, Severus era solo un mortífago, ¿por qué alguien le creería? Pero se lo debía a Nicholas. Le debía a su hijo, incluso si no vivía para ver la reacción del chico, lograr que no mataran al hijo de Lily. ¿Cómo se sentiría Nicholas si supiera que su padre era el culpable de la muerte de un niño? ¿Lo odiaría? ¿Se arrepentiría de ser el hijo de Severus Snape? Severus esperaba que, aunque no estuviera para ver a su hijo crecer, por lo menos pudiera ser recordado de buena manera por su hijo. Pero después de todos los errores que había cometido antes y después del nacimiento del chico, lo dudaba.

Llegó frente a la estatua y se pasó una mano por el cabello, nervioso. No sabía cuál era la contraseña para poder entrar al despacho del director. No había pensado en eso cuando había decidido hablar con Dumbledore. ¿Ahora qué haría?

-Yo... necesito hablar con el profesor Dumbledore-susurró Severus, mirando a la estatua.

Sin embargo, la estatua del águila se quedó quieta, sin movimiento alguno, y Severus se sintió tonto. Estaba hablando con una estatua que claramente no se iba a mover. Pero, ¿qué hacía ahora? ¿Se ponía a gritar?

De pronto la estatua se movió, y Severus enarcó las cejas, sorprendido, al encontrarse frente a Albus Dumbledore, que lo miraba con una seriedad alarmante.

-Creo que sería mejor que tuviéramos esta conversación en mi despacho, ¿no es así, Severus?-dijo Dumbledore, volteándose y comenzando a subir las escaleras que se movían hacia arriba.

Severus asintió, sintiendo como el nerviosismo subía más y más por su cuerpo, y subió las escaleras detrás de Dumbledore.

Llegaron al despacho de Dumbledore, en el que el director mantuvo la puerta abierta para que Severus pasara, y ambos se sentaron, uno frente a otro, alrededor del escritorio. Dumbledore juntó sus manos en silencio, mirando a Severus con esos ojos con lo que uno sentía que lo estaban observando por rayos x. Severus carraspeó la garganta, y susurró:

-Necesito su ayuda.

Las cejas de Dumbledore se levantaron por la impresión, y el director respondió:

-¿Otra vez necesita mi ayuda un mortífago?

Severus se puso rojo en menos de dos segundos. Sabía que Dumbledore se reiría al saber que un mortífago necesitaba su ayuda, pero de igual manera sabía que tenía que continuar.

Nicholas SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora