Capítulo 4

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Los años pasaron con una rapidez alarmante para Severus, una rapidez que muchas veces lo dejaba mareado al ver todos los cambios que se produjeron en su vida.

Nicholas, junto a su madre, Evan y su hijo, John, comenzaron a vivir con los demás Merodeadores, después de la muerte del hijo de los Potter. Ahora vivían en una casa con una arquitectura increíble, debido a que eran cuatro casas, para los cuatro Merodeadores que quedaban, que estaban unidas en los espacios comunes, como la cocina, la sala de estar y el comedor. Severus no había estado muy feliz con la idea de que su hijo creciera tan cercano a Potter, Black, Riggs y Lupin, pero con el tiempo se había acostumbrado. Sabía que Iris no cambiaría de opinión solo porque Severus no estuviera de acuerdo.

Nicholas, Harry, Sam y John, los hijos (o hijastros, en el caso de Nicholas) de los Merodeadores, habían entrado a un colegio muggle mientras crecían. Según sus madres (Iris y Lily hacían la parte de madres para los que, como Sam y John, no tenían), lo mejor era que se acostumbraran al mundo muggle mientras no tuvieran la edad suficiente para ir a Hogwarts. Severus tampoco había estado de acuerdo con esto. Como le había dicho a Iris repetidas veces, Nicholas era un mago, que no tenía que congeniar con los muggles para ser aceptado, y menos aprender materias muggle que no le servirían en el futuro, pero Iris se había negado a escucharlo, debido a que, junto con Lily, estaban seguras que les haría bien a los niños para poder socializar. Al final Severus había cedido, pero todavía era extraño para él cuando Nicholas iba a visitarlo y tenía que hacer tareas de Biología o Matemáticas, cosas que los magos no utilizaban.

Severus había entrado a Hogwarts como profesor de Pociones y jefe de la casa Slytherin, y aunque normalmente estaba muy ocupado, trataba de ver a Nicholas por lo menos dos veces dentro de la semana, y pedirle a Iris que el chico pasara todo el fin de semana con él. Había veces que lo lograba, pero muchas veces Iris se negaba, diciendo que Nicholas también tenía que pasar tiempo con su madre.

La verdad era que la relación de Severus con Nicholas no hacía más que mejorar con el paso del tiempo. Como Nicholas decía constantemente, su padre era su mejor amigo, su confidente, y siempre le contaba todo lo que sucedía en su día a día.

Severus cada vez quería más al chico. Era un muchacho amable, inteligente y capaz de lograr todo lo que se proponía. Cuando algo se le metía a la cabeza, no había manera de sacarselo hasta que lo lograra, y Severus no podía estar más orgulloso cuando veía a su hijo triunfar en lo que se proponía.

El chico había crecido para convertirse en un muchacho guapo y popular entre sus amigos del colegio, pero sus amigos más cercanos siempre habían sido los "Mini-Merodeadores", como se llamaban a sí mismos.

Todo estaba bien para Severus, todo iba perfecto, todo estaba saliendo de la mejor manera, pero todavía había algo que no lo dejaba dormir bien, y era el hecho de que no se sentía tan útil como a él le hubiera gustado. Su día se basaba en enseñarle a jóvenes insoportables que no tenían ningún respeto por el arte de las pociones, y luego en la tarde ver a Nicholas, que le entregaba una gran felicidad. Pero había algo que faltaba en la vida de Severus, y el hombre creía que tenía que ver con el hecho de que no había logrado lo que se había propuesto en su vida, que era ser el mejor creador de pociones que viera el mundo mágico. Con el tiempo Severus había pensado que tenía que dejar su sueño de lado, por el bien de Nicholas, pero había veces en las que no podía evitar pensar: ¿y sí...?

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Octubre 10, 1990, St. Stephen's Primary School, Inglaterra

Ese día era el primer partido de la temporada de fútbol, y Severus le había prometido a Nicholas que, como en todos los demás partidos, lo iría a ver. Después de todo, ¿para qué estaban los padres si no para apoyar a sus hijos?

Nicholas SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora