Lección 13. Cuarto dilema: jugar a la casita vs estudios

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«Le llamaba quejas de parto»

El amor, que nos hace tanto bien y tanto mal, que nos lleva a la luna y al mismo tiempo al infierno, que nos motiva a hacer lo imposible y también a concebir las más absurdas idioteces.

Algo de este tema ya fue abordado en la lección que se dedica a explorar el argumento del noviazgo en la universidad, pero este apartado tiene mayor énfasis en una situación que no puede ser ignorada: jugar a la casita.

Esta expresión se refiere a esas personas que, siendo tan jóvenes y sin preparación, deciden quemar varias etapas de la vida y cuando menos te lo esperas, tu amigo Juan ahora tiene dos hijos y se encuentra casado con Kimberly. Viven juntos, obviamente en casa de los suegros y protagonizan el rol de padres, aunque con cierta mediocridad puesto que no están preparados.

Ni se te ocurra decirle a Juan que se jodió, que metió la pata, porque te volverás su más acérrimo enemigo, prepárate para escucharle un largo discurso donde con argumentos muy pobres trate de convencerte de qué tan maravillosa es su vida en familia. De igual forma Kimberly no pierde tiempo, casi como si hubiera estudiado marketing, se dedica 24/7 a hacernos saber lo gozosa que se encuentra de sus hijos, catalogados de «bendiciones» en todas las redes sociales habidas y por haber, donde se nos bombardea de fotos y memes acerca de la vida en familia, y muy particularmente de la crianza de bebés.

Pequeño saltamontes, déjame ilustrarte objetivamente la realidad, que por más fea que se aprecie, no deja de ser tal cual; ni Juan ni Kimberly planificaron a sus retoños, en un día calenturiento decidieron tener relaciones sin ninguna clase de protección, los resultados no se hicieron esperar y ahora aunque se dediquen a una campaña de felicidad y complacencia, solo buscan autoconvencerse de lo que evidentemente ha sido un grave error, en sus planes no estaba convertirse en padres tan pronto.

La realidad es que mientras en el mejor de los casos se dedican a cuidar de sus pequeños (porque hay otros que delegan esto a los abuelos), hay parejas que se divierten y van acorde a su etapa: la juventud.

Esa preciosa dama llamada juventud, significa practicar deportes y que tu cuerpo responda, significa salir a pasear por la playa, correr por el parque e ir al cine con esa persona especial. Resulta que mientras las parejas se divierten viendo aquella película que está tan de moda, Juan y Kimberly limpian pañales cagados. Mientras los demás salen a bailar y lo pasan genial, nuestro amigo Juan se dedica a limpiar vómitos, entre otros. Los ejemplos podrían seguir ad infinitum.

No me vengas a decir para este momento que el tema no es relevante. No solo se trata de disfrutar la juventud, de igual forma jugar a la casita te dificultará estudiar, para nadie es un secreto que obtener una carrera universitaria mientras se trata de darle lo mejor a una familia no es nada fácil. De repente objetivos básicos como graduarte, obtener pasantías y luego un trabajo, tal vez aprender un idioma o algún instrumento se volvieron titánicos. No es nada sorprendente puesto que un hijo requiere mucho esfuerzo, empeño y corazón para convertirlo en el adulto exitoso del mañana.

Sí, existen ejemplos de personas que fueron capaces contra todo pronóstico de sobrellevar una familia formada a temprana edad, incluso con un grado de éxito contundente, pero seamos honestos, lo que deseo para ti pequeño saltamontes, no es que juegues en modo «vuélvete loco antes de poder pasar de nivel». Pocas personas en este mundo tienen almas masoquistas, basados en esa realidad muy probablemente tú tampoco desees cargar con la gran responsabilidad de un matrimonio junto con hijos antes de estar listo para esa etapa.

Si todos los argumentos hasta ahora no terminan de ganarte porque «es el amor de mi vida», y «no hay nadie que nos pueda detener si nos esforzamos», adelante pero ese camino tortuoso y de auto sabotaje, ya fue advertido para que cuando te arrepientas no encuentres a quién culpar más que a tu idiotez.

Conozco tantos casos -y algunos hasta risibles- de esta situación; en mis años universitarios he presenciado como pareja tras pareja se terminan enredando con embarazos no planificados de los que luego, casi como consecuencia obligatoria, sobrevienen los casamientos. Todo esto en pleno siglo XXI, una época en la que la mayoría de jóvenes deberían tener suficiente conocimiento acerca de los anticonceptivos.

Uno de los casos involucró a una muchacha de apellido Quejas, curiosamente una amiga siempre le daba bromas, le llamaba «quejas de parto», pero aquí no acaba la historia, esa amistad estuvo estudiando en un taller de sexualidad, impartido en la universidad como clase electiva y naturalmente con objetivos muy prometedores en cuanto a la educación sexual.

En el famoso taller no hubo momento en que no se tratase el tema de los anticonceptivos además de la planeación familiar, bases sólidas que en cualquier sociedad desarrollada permiten a los jóvenes no arruinar su futuro. Lo chistoso e irónico es que aquella amiga que se burlaba de «quejas de parto» terminó estando embarazada al poco tiempo de acabar el taller. Menuda sorpresa se habrán llevado las docentes que pusieron cuerpo y alma en sus explicaciones acerca de la importancia de prevenir embarazos a temprana edad.

Está de sobra decir que de este fenómeno son muchos los incautos que no pueden salvarse. Para el período en el que acabe la carrera muchos no habrán llegado a la cima de la montaña por quedarse a criar hijos en el camino.

El objetivo de este capítulo no es mofarse de nadie ni cerradamente afirmar que quienes comienzan una familia sin ni siquiera acabar la universidad «ya están chicle», utilizando el lenguaje coloquial. Obviamente, con mucha valentía se pueden sobreponer todos estos reveses, pero nada de esto absuelve que lo ideal es adquirir ciertos elementos antes de pensar en la vida amorosa en pareja, compartiendo un mismo techo.

Resumen

Por nada del mundo se te ocurra casarte antes de acabar la universidad, toma en cuenta los siguientes elementos para dar el paso:

v Tener una licenciatura o cualquier título de educación superior.

v Tener trabajo, y consecuentemente, independencia económica.

v Poseer un vehículo.

v Ser propietario de una casa o al menos contar con las posibilidades para alquilar algún espacio lo suficientemente decente para una vida marital.

v Haber disfrutado tu etapa de juventud (recuerda que con los hijos disminuye la fiesta).

v Cualquier requisito que consideres importante para formar una familia y brindarle lo mejor.

Si llegados a este punto piensas que: «así nunca me voy a casar», ten paciencia pequeño saltamontes enamorado, ya que más vale un buen matrimonio a los treinta que llegar a esa edad con dos divorcios amargos.

No olvides que la paciencia es amarga pero sus frutos son dulces, y que para todo hay tiempo en la vida, así que: ¡nada de prisas!


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