summertime in paris (I)

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Verano.

Para muchos, el infierno en la tierra, con su fuego visible, caras derretidas e incontables noches sin sueño. Para mí, la mejor época del año, cuando los atardeceres arrastran las sombras de los edificios hasta el infinito, se puede respirar la libertad en el aire, y hasta las ganas de vivir vuelven a mí. Porque he romantizado la idea del verano tanto en mi cabeza, que ni el peor estallido de histeria de mi madre puede arruinármelo. O a lo mejor sí.

—¿Que quieres hacer qué? —y así comienza.

—He dicho que quiero... quiero cambiar de carrera, quiero ser profesor de párvulos.

Pero tan pronto como repito mi reciente decisión con voz más alta y clara, mi madre empieza a sacudir la cabeza.

—No, no, no... No me hagas esto, Jaemin —cierra los ojos y deja los palillos en la mesa para frotarse la cara con frustración—. No puedes estar hablando en serio.

Sigue negando y la reacción que más he aprendido a temer comienza a construirse en su ceño fruncido y barbilla arrugada.

—Lo siento, pero no he estado más seguro de nada en mi vida —aseguro una vez más. La seguridad en mi voz flaquea, y es que por mucha confianza que desee aparentar frente a ella, la cólera ascendiendo por su cuerpo es una imagen que siempre pone mi corazón a temblar.

—¡Y una mierda! —explota arremetiendo contra la pobre mesa de la cocina. Me hace dar un pequeño salto en la silla y mi cuerpo se tensa. Noto como su respiración se hace cada vez más pesada, como un toro rebufando cargado de rabia. Lo sabía—. ¿Es que no te importa la cantidad de dinero que me he tenido que gastar en tu puñetera matrícula? ¿Tú sabes todo lo que he tenido que sacar de la cuenta de ahorros? ¿Vas a hacer que todo ese dinero se vaya a la puta basura porque ahora te haya dado el volunto de cambiarte de carrera? Que me parto el espinazo para que tengas una plaza en la universidad, niñato desagradecido.

—¡Pero es que lo que estoy haciendo ahora no me gusta nada! —admito sin poder aguantar su mirada, porque sé que solo la voy a enfadar más y más—. Yo no me metí porque quisiera realmente hacer ADE, me metí porque no me daba la nota para más. ¡Al menos me he dado cuenta ahora de lo que quiero hacer en la vida y no en mi segundo o tercer año de carrera!

—¡Es que me da exactamente igual! —la furia en sus gritos me calla de inmediato. La servilleta entre mis manos sufre mi ansiedad—. ¿Pero tú sabes lo difícil que es sacarse unas oposiciones para profesor hoy en día? ¿Te crees que es pintar y hacer manualidades? Con lo inepto que eres para estudiar, ¡no te quiero tener en mi casa estudiando hasta los treinta!

Retuerzo con rabia la servilleta en mi regazo, y levanto la mirada para encararla:

—¡No me vas a tener en tu puñetera casa hasta los treinta porque no hay cosa que desee más en esta vida que despertarme por la mañana y no tener que compartir techo contigo un día más! ¡Voy a sacarme esas oposiciones para no tener que verte la cara nunca más y lo voy a conseguir porque sé que tengo vocación para esto, lo sé!

Mi madre, o la mujer que dice serlo, se ríe en mi cara, con desprecio y asco, y la visión que he hecho en mi cabeza de mí mismo siendo profesor y que me reconforta como una manta en una noche fría se hace añicos.

—Qué vas a tener tú vocación por nada en esta vida, ¡si eres un vago de mierda! No has conseguido lograr ni siquiera lo mínimo que te pedí, que me aprobaras las asignaturas de la Universidad. No tendría que haberte comprado ese estúpido ordenador. No eres más que dinero desperdiciado.

Eso me duele. No quiero que lo haga, porque sé que me he esforzado y que sus palabras no están hechas más que de pura frustración por la vida de malfollada que lleva, pero me duelen. Me trago con rabia las lágrimas que han comenzado a punzar mi garganta y respiro fuerte antes de intentarlo una vez más:

My First And Last | NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora