J.C.

2.8K 253 612
                                    

Advertencia: Cambio de tiempo verbal a mitad del capítulo

🐈

Ya mismo salgo 😊 

Cada viernes desde que tengo uso de razón, mi abuela me llevaba a comer a nuestro restaurante chino favorito.

Siempre me estaba esperando con su Fiat Panda azul que tenía más años que yo a la salida del jardín de infancia, la escuela, el instituto, y si no fuera porque la tuve que convencer de que ya era demasiado grande, porque aquello sería vergonzoso para mi ya pobre fama, estaba seguro de que ella lo habría seguido haciendo en la universidad con orgullo.

Por eso ahora cada viernes al salir de la universidad, tomaba el tren hasta donde ella trabajaba, ya que encima me pillaba de paso, y la esperaba como ella había hecho conmigo todos estos años.

No tardó mucho en salir, pero cada vez que lo hacía, tardaba me dedicaba la sonrisa más radiante que veía en toda la semana y en muchas ocasiones, la única.

Jugó a girar las llaves en su dedo índice mientras se acercaba, y al llegar hasta la columna del exterior del edificio donde yo la esperaba, me removió el pelo.

— ¡Abuela! —Peiné mi cabello revuelto como pude y añadí—: Que ya soy mayor para estas cosas.

— ¡Y tan mayor! —Me envolvió en un abrazo y susurró en mi oído.— Ha llegado a mis oídos el rumor de que el niño bonito que me espera a la salida todos los días es mi amante. Seguro que han sido las divinas, esas pordioseras...

"Las divinas" eran sus compañeras de oficina. Unas auténticas marujas divorciadas, que según ella, no tenían otra cosa mejor que hacer que cotorrear e indagar en la vida privada de todo el mundo. Y cuando se aburrían porque no tenían más trapos sucios que sacar, elegían una víctima y se inventaban sus propios chismes. Digamos que ellas y mi abuela no tenían la mejor relación de trabajo del mundo.

— No jodas. ¿Y les has dicho algo?

— Jaemin, ¿todavía no me conoces? Sabes que adoro dejar a la gente con la intriga. Míralas, ya salen con sus estúpidos taconcitos y sus pañuelitos de seda fina.— Y poniéndose sus gafas de sol, a pesar de que estábamos en pleno invierno y no había ni un rayo de sol en el cielo, me tomó del brazo y empezamos a caminar hacia donde fuera que estaba su coche. Las divinas que al igual que mi abuela habían terminado su turno y salían del trabajo cotorreando, enmudecieron al verme. Bajé la mirada un tanto avergonzado por lo que podrían estar pensando de mí y susurré:

— ¡Pero abuela! ¿no crees que así van a malpensar de verdad?

— Los que malpiensan son los que tienen la mente perturbada, Jae. Déjalas, que se mueran de envidia, ya quisieran volver a sus treinta o poder cambiar a los vejestorios de la oficina por un mozo como tú.

Algunas mujeres podían ser malas, pero mi abuela... Mi abuela era aún peor.

A sus 55 años de edad, gozaba de mejor de salud que yo. Con suerte no llegaba a odiar a todo el mundo, decía que las excepciones en este mundo éramos su gato de 15 años ciego de un ojo y con insuficiencia renal y yo. En cuanto al resto de personas, las detestaba. Especialmente a los hombres.

Hace pocos años se empezó a considerar feminista y juraba que los hombres no servían para nada, que tenían una obsolescencia programada, y que tarde o temprano se acabarían existiendo pues ya existían métodos que permitían a las mujeres tener descendencia prescindiendo de ellos.

A mí, al contrario de lo que pudiera parecer, no me ofendía. Es más, solía darle la razón. A veces lo hacía porque realmente estaba de acuerdo con lo que predicaba. Otras veces... Solía asentir por miedo a que me partiese el fémur igual que a un hombre que no estuvo de acuerdo con ella una vez hace mucho tiempo.

My First And Last | NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora