descanso dominical

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Todo empezó con una mirada. Un par de ojos grandes perdidos entre la multitud, y supe que estaba condenado.

Y mira que yo me había prometido no volver a enamorarme jamás. Pero, ¿cómo va uno a prometer algo así para después encontrarse con aquellos orbes redondos y pensar que todo en su vida seguiría igual, que la mirada avellanada de aquel desorientado desconocido no alteraría cada una de las dinámicas que tanto me habían costado regular en mi vida? ¿Que aquellos ojos no tendrían el poder de convertirme en el mejor poeta que jamás hubiese existido y les dedicase mil versos?

Él ni siquiera reparó en mí. Y si lo hizo, no fui más que otro transeúnte en la historia de su vida, uno de esos personajes de videojuegos a los que te encuentras por el camino e intercambias un par de palabras con ellos y la conversación te es igual de relevante que preguntarle a tu vecina por el nuevo colegio de sus hijos, solo que en este caso no hubo tiempo para nosotros de cruzar palabra y él retomó su camino, con una sonrisa tan amplia y deslumbrante que me haría lamentar para el resto de mis días no haber sido más valiente, más lanzado, en mi repentina decisión de arruinarme de nuevo la vida hablando con él.

Y estuve a punto de creer que el destino lo quiso así, que aunque para mí ese día, ese segundo en el que nuestras miradas se encontraron fuese como si dejara de ver el mundo a mi alrededor para solo verle a él, nuestros caminos no se volverían a cruzar y tendría que acostumbrarme a vivir con el recuerdo que aquel instante dejó en mí. Porque sería lo mejor, porque no quería volver a pasar por lo mismo que me había hecho sentir como una carcasa desprovista de vida allá por donde arrastraba los pies durante tanto tiempo, y porque no era realista que aquel par de ojos que me dejaron hipnotizado pudieran llegar a albergar la misma clase de sentimientos que acababan de nacer en los míos por él, por un hombre.

El mismo par de ojos que, ahora, se consumían en la más absoluta y desgarradora desolación ante mí. Y yo, me consumía la culpabilidad de haberlos hecho llorar.

—Jaemin... Lo siento, sabía que era mala idea sacar el tema —dije mientras trazaba mis dedos por la curvatura de su espalda, en un intento fútil de tranquilizarle. Él negó.

—No es tu culpa. Es que...

¿Cómo no iba a ser culpa mía? Me era más que evidente que había cometido un error al haber sacado el tema, al menos, mientras intimábamos en aquellas escaleras. Debería haberlo hecho en otro momento, uno en el que no sintiera que tenía su frágil corazón entre mis dedos. Quizás no debería haberlo sacado en absoluto y haber dejado que la quemazón en mis labios me consumiera otro día más por anhelar corromper la palidez de su cuello. De esa forma no le tendría que ver ahora derramando hasta la última gota de agua de su cuerpo entre mis brazos.

Dios, me sentía miserable.

—No tenemos por qué hablar de ello si no estás preparado aún —le recordé asustado, jamás habiéndole visto llorar con un aspecto tan miserable. Impotente, dejé que mis manos acariciaran su espalda acolchada por el abrigo, mientras su llanto no hacía más que salir desbaratado en espasmos que sacudían con violencia su cuerpo agazapado. Permanecí a su lado, sin saber qué más hacer, pero esperando que al menos mi pobre presencia le sirviera como alguna clase de apoyo moral.

Hasta que sus siguientes palabras instalaron el miedo en mí, tanto, que me congelé al instante:

—Jeno, tengo que contarte algo.

Y me odiaba a mí mismo por dejarme llevar por mis inseguridades y ponerme en lo peor al oír esas palabras, por saltar de inmediato a la conclusión de que, a lo mejor, se acababa de dar cuenta de que no quería estar conmigo y no sabía cómo decírmelo, o quizás lo llevaba sabiendo un tiempo y ahora había reunido el coraje para confesármelo. Estuve a punto de decirle que no me lo contase, porque la desolación que vi en sus ojos gritaba a voces que no me iba a gustar lo que iba a oír. Tragué saliva para forzar una sonrisa que le diera confianza a mi voz y enmascarase el temor que me hacía temblar en mi interior.

My First And Last | NominDonde viven las historias. Descúbrelo ahora