Capítulo 5. Llámame por el nombre que te di

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Esa tarde se encontraban cenando en un restaurante de comida rápida que quedaba cercano al campus, caminaron entre breves comentarios y sonrisas amigables en la comodidad de la noche que recién empezaba a caer. Empezaba a hacer algo de frío así que Louis y Harry apresuraron el paso hasta la iluminada puerta de entrada.

La campanita sonó y de inmediato se adentraron en el lugar algo atestado de personas, de conversaciones y un característico olor a papas fritas.

―Ojalá vendieran desayunos, juro que no saldría de aquí ―articuló el castaño a lo que Harry negó con una corta sonrisa.

Porque estaba seguro que sería así.

Ambos tomaron asiento en un gabinete del fondo del restaurant que daba vista a la ventana, la calle y las luces parpadeantes eran agradables a la vista, les reconfortaba de algún modo.

Su situación había mejorado favorablemente, decidieron que era lo más sensato, y luego de aquella noche del azúcar derritiéndose en sus bocas, como las posteriores, obviaron el asunto, para Louis fue más fácil que para Harry cabe mencionar, pero los dos hicieron como si de un mal entendido se tratase. Como si alguno de los dos solo hubiese dejado leche caducada en el refri o una toalla mojada en el sofá.

No lo tomaron con esa importancia que en realidad, si terminó por causar estragos en su amistad. Había sido un beso, y uno necesitado por parte de los dos. Lo confuso era percibir las ganas que se traían pero disimuladas al punto de que no existían para ninguno, cubriéndolas con la fina capa de amistad que profesan a todos los demás.

Bien dicen que las mentiras tienen patas cortas.

O mejor aún, miéntete tanto a ti mismo hasta que te lo creas.

Quien sabe cuál de las dos intentaban aplicar Louis y Harry.

El punto es que allí estaban, retomando sus actividades y acostumbradas salidas, conversaciones en la madrugada, citas de estudio, etc. Como si aquella fiesta en realidad nunca sucedió.

Harry estaba confundido, demasiado para fingir con esmerada naturalidad el revuelo mental que habían dejado esos acontecimientos. La imagen de Louis cerrando la puerta con brusquedad le perseguía, sus ojos acuosos, la sonrisa despreocupada que le lanzó luego de besarlo.

¿Por qué no le quería? ¿Por qué no era suficiente para él?

Desvió la mirada tan pronto esa última pregunta cruzó por su mente. Se enfocó a sí mismo a través del cristal de la ventana polarizada del restaurante. Se sentía insuficiente. Aunque en algún lado de su cabeza alguien le susurraba que él no era el verdadero problema.

Suspiró cuando escuchó la voz de Louis dirigirse a él con un tono interrogante.

―Hmm. Discúlpame yo ¿qué decías?

Louis se acomodó mejor en el gabinete de modo que ahora sus pies si tocaban el suelo.

―Decía que yo puedo ir a ordenar, si quieres. ¿Dónde estás hoy, Harry? ―agitó su mano frente a su rostro para despertarlo.

―Está bien, ve. Solo pensaba ―bromeó un poco―. Anda ya, ración grande de papas para mí.

―Con una malteada de mantecado con extra de sirope de chocolate ―continuó Louis.

―Y la hamburguesa con...―enarcó una ceja.

―Queso cheddar y tocino.

Harry sonrío mostrando el hoyuelo de sus mejillas y Louis se encogió de hombros para alardear. Es que lo conocía tan bien.

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