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Capítulo 21. Maletas

Abrió los ojos ante otra fría mañana lluviosa, tanteando con rapidez la encimera de su habitación en búsqueda de apagar el ensordecedor ruido de la alarma que lo despertaba religiosamente todos los días, la alarma era probablemente el más estable recordatorio de que tenía una vida a la que darle continuidad.

Refregó sus ojos con lentitud y con el paso de unos minutos pareció acostumbrarse a la luz natural que se colaba por la persiana de su habitación. Bostezó y estiró los brazos para espabilarse, debía de levantarse y hacer un intento de desayuno puesto que tenía semanas sin comer apropiadamente. También se ducharía, se levaría los dientes y se pondría las botas para lluvia que estaban apiladas en su closet.

Sí, definitivamente hizo un repaso mental de ello antes de poner sus pies descalzos en contacto con el suelo, grave error puesto que al ser época de lluvia estaba helado.

Suspiró mirando con tristeza su habitación, estaba limpia y con un ligero aroma a mandarinas, pero la habitación estaba vacía. Miraba a su alrededor y no quedaban casi rastros de lo que alguna vez fue su hogar.

Se levantó de la cama con cuidado de no pisar las cajas que contenían sus cosas, hizo a un lado las bolsas con su ropa y sintió como su corazón se encogía con cada paso que daba hacia la puerta. Toda su vida estaba empacada en cajas y bolsas de basura, en perchas y envoltorios plásticos.

En un par de maletas.

Cerró los ojos instintivamente producto del leve dolor que le causó reconocer aquella verdad.

Lo recordó con esa sonrisa a mitad de rostro, recordó las lágrimas bajando en cascada de sus ojos, la manera en que su cabello se alborotaba con el viento, recordó lo cálidas que eran sus manos al tomarlas entre las suyas, el ruido de sus zapatos al caminar juntos por el atardecer en el campus. Recordó porque él estuvo ahí, mirándole como cualquier otro día, como si fuesen a hacer eso siempre ya que la simple idea de no tenerlo a su lado era surrealista. Hacían todo juntos, vivían juntos, desayunaban juntos y estudiaban juntos. Su vida se basaba en la presencia del otro, en los chistes personales, en las confidencias, en el sofá, en los sueños que compartían...

Se deslizó por la puerta y la oscuridad del recibidor le asombró ya que tuvo la impresión de verlo sentado con sus piernas cruzadas leyendo algún libro nuevo, con sus rizos alborotados y el ceño fruncido en señal de concentración. Tuvo la impresión de que era de tarde, que olía a café recién hecho, de que le hablaba de algo en particular mientras le miraba con un curioso brillo en los ojos y el libro descansaba en sus piernas, de nuevo todo parecía estar bien.

Sacudió la cabeza y vio el sofá con un par de cajas desparramadas encima con la televisión desconectada ahí no había nadie más. Se había acostumbrado al silencio, a estar solo ya que difícilmente escuchaba algo más que no fuese la música de su iPod, no le apetecía escuchar nada más, ver a nadie más y al no salir pues se había quedado solo, no parecía que su ausencia afectase mucho al resto de chicos del movimiento estudiantil o los de las fiestas en el campus.

De pronto los flashbacks atacaron su cabeza con estrepitosa violencia, rápidas y fugaces revolotearon las escenas a su alrededor, sus labios soltaron un lastimero gemido, sus ojos brillaron al contemplar que lagrimas caerían. La noche anterior estuvo repleta de más emociones confusas, de palabras sinceras y de amores no correspondidos, de decisiones dolorosas y de nuevas despedidas que probablemente seguirían siendo inconclusas:

Esa tarde Jade tocó la puerta del piso y quisiera no admitir en voz alta que sus ojos se iluminaron de alegría cuando se encontró mirándola allí de pie después de tanto tiempo.

—Louis...oh, Louis —atinó a decir mientras le brindaba un profundo abrazo —. Cómo te hemos echado de menos —susurró ella contra su castaña cabellera.