Capítulo 26. ¿Amigos? Ya no somos amigos

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—Y desde entonces no quiso volver a comer hamburguesas de pollo, podría decirse que hasta se volvió vegano, de cierto modo. Te lo digo en serio, Mitchell. Intenta comer algo de tofú de vez en cuando.

Mitchell volvió a rodar los ojos puesto que lo que Jade lo tenía de hermosa lo tenía de insistente, vomitaría encima del próximo que le hiciese comer tofú. Y es probable que ese sea Harry con toda la comida extrañísima que estuvo cocinando después de que se aisló voluntariamente de los restaurantes grasas a los que tanto le gustaba ir a Mitchell. Todo era culpa de ese imbécil de Louis Tomlinson. Siempre agradecía que hubiesen cientos de kilómetros que los separasen porque no sabría como reaccionar de volver a tenerlo frente a frente. Claro que siempre podía pensar en las miles de ideas de destrozarle la vida.

—A Clairo tampoco le gusta y eso que ella es amante de la comida asiática, pero pues. Solo es una opción, cuando quieras venir a comer a mi casa —continuaba Jade.

Pero Mitchell tenía más bien su atención enfocada en la puerta de la cafetería esperando que se atravesara una ya inexistente cabellera rizada. Ciertamente todavía no se acostumbraba al nuevo de look de Harry, siempre fue ricitos.

—¿Has visto a Harry? —le preguntó entonces a Jade dejando por completo de lado el tema del tofú.

—No realmente, creo que ha estado un poco ocupado con lo del servicio comunitario. Me parece bien que se enfoque en otras cosas —admitió ella.

Mitchell asintió aunque no estaba del todo convencido, Harry a su parecer estaba más ausente que nunca. El trabajo y la universidad solo eran la excusa, su cansancio más que físico era emocional y Mitchell lo sabía. Lo conocía demasiado bien, era algo más allá de su rostro, algo que estaba allí, presente en sus ojos, vibrantes como quien espera que la luz de repente se vaya para escapar, para salir corriendo de la vista de todos. Mitchell había aprendido a dilucidar esa sensación en Harry, carcomiéndole las entrañas y haciéndole cambiar la más suave de sus facciones. No había vuelta atrás.

—Deberíamos de ir a buscarle, tengo así como un mal presentimiento ¿sabes? —le confesó a regañadientes.

Jade empezó a sonreír muy ampliamente y junto ambas manos por sobre la mesa. Los anillos de sus dedos parecían brillar al igual que sus ojos. Ella se veía radiante, casi como un verdadero ángel. Es así que por alguna razón Mitchell la observó sacar de su bolsillo un cuarzo rosado y dejarlo allí postrado sobre la mesa.

—¿Sabes lo qué es? —no tardó en preguntarle con muchas ganas de que respondiera erróneamente.

—Una piedra rosita —dijo como si aquello fuese lo más obvio del mundo.

—No es una piedra, es un cuarzo. Y ha aparecido hoy bajo mi cama. Pero no sentí nada cuando lo vi, no vi ninguna señal, aunque claro, yo sé lo que significa, sin embargo tú tienes un mal presentimiento ¿no? Puede que sea eso. Puede que esto nos lleve hasta Harry.

Mitchell mentiría si dijese que había entendido algo de lo que la otra pelirroja acababa de decir. ¿Qué? Vale, ella siempre decía cosas extrañas, hablaba con pajaritos y creía en eso de las señales cósmicas hasta para elegir su almuerzo pero esto...no le terminaba de entrar en la cabeza. Así que solo se levantó al tiempo que ella recogía su mochila y ambos salieron de la cafetería.

Generalmente ella era la que tenia las corazonadas y hoy había decidido no hacerlo.

Las sospechas en su cabeza tomaron sentido cuando al caminar a paso inquieto por la Ciudad Universitaria, una atolondrada Leigh-Anne se acercó a ellos, su pecho subía y bajaba como si hubiese estado corriendo la maratón. Sus grandes arracadas todavía se agitaban producto del brusco movimiento. Ella sacudió su gran coleta alta y se plantó frente a ellos. Sus labios apenas se movían y sus afilados ojos parecían querer salirse de sus cuencas. Se notaba abruptamente impacta y la visión solo preocupó más a Mitchell.

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