Capítulo 24. Imposible

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—Él no lo lamenta, y sé que si llega a hacerlo...no podría creerle como lo hice antes. Me ha llevado todo este tiempo entenderlo, asumirlo. No lo lamenta, nunca lo hacen —balbuceó Harry apenas con una sonrisa rota en su rostro mientras bebía lentamente de su vaso.

Solo era coca-cola pero deseaba que fuese algo más fuerte, en su imaginación...era vodka. Cada que se sentía así de miserable bebía hasta que sus ojos lloraban solos. Últimamente se contenía, decidió entonces que por su bienestar era necesario dejar el alcohol. Podía divertirse solo con un vaso de soda.

Podía llorar con solo un vaso de soda.

—¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Dos? ¿Tres meses? —preguntó Mitchell suspirando pesadamente.

—Tres.

—Pensé que no llevabas la cuenta...—completó con una mueca en su pecoso rostro.

Harry se encogió de hombros y desvió la mirada a algún punto del restaurante, pestañeó varias veces pero los recuerdos que atravesaban sus ojos no se marchaban. A veces sentía que se encontraría con Louis en cualquier lugar, podía jurar que lo veía en cada ventana, en cada calle, podía jurar que escuchaba su voz en los extraños que se cruzaba al caminar.

Ninguno era él, ninguno se le parecía en lo más mínimo.

Nunca estaba, cada que giraba la cabeza para buscarle terminaba decepcionado porque no lo encontraba. Su corazón se rompía un tanto más. Él nunca aparecía.

¿Enloquecía? No lo sabía con certeza, no sabía si decirlo en voz alta, no sabía si por el tiempo...si por el tiempo ya debería haberlo superado. Estaba seguro de qué debía haberlo hecho ya.

¿Pero cómo? ¡cómo le pedía a su corazón algo así! ¿cómo lo coordinaba con su cabeza?

Dejó su vaso de soda en la mesa, apenas había bebido la mitad de ella pero en ese instante solo quería regresar al campus. Mitchell fijó su mirada en él para luego de un rato negar suavemente, habían hablado de ello, lo hablaban todos los días. Harry sabía que debía dejarlo ir. Eventualmente dejaría de dolerle tanto. Creía que iba a ser así. 

Observó en silencio a Mitchell mientras terminaba de devorarse su hamburguesa, la verdad él no tenía apetito desde hace meses, se alimentaba por mera obligación y bajo las miradas recriminatorias de sus amigos pero por voluntad propia, pues, había dejado de sentir algo más que una sensación de pesadez y tristeza que le carcomía siempre que abría los ojos al amanecer en una habitación silenciosa.

Estos últimos meses estuvo tratando de enfocarse en los retazos de su vida sin Louis, en aprender a caminar despacio, a paso ligero mientras la brisa se topa de nuevo con su cara, el tiempo pasaba y él pintaba sus uñas, compraba ropa de colores pastel, salía a bailar, veía el amanecer caer lentamente en su ventana. Reía, lloraba con películas románticas en Netflix pero luego se daba cuenta, era en ese preciso instante cuando volvía a casa y el silencio le era insoportable, eran esos insignificantes minutos en los que atravesaba la puerta amarilla y entraba al recibidor que la realidad le golpeaba de nuevo, le arrojaban el agua fría al rostro, le apretujaban el corazón las memorias porque se daba cuenta. Louis ya no estaba ahí. Louis se había marchado hace semanas sin mediar palabras.

Y pasaban los días, pasaban los días mientras Harry se sentaba en la parte baja de la puerta a pensar, a recordarle.

Un día de esos sonó el teléfono, y por muy estúpido que fuese Harry corrió para tomarlo, su corazón latió desesperado y sus manos temblaron. Contestó.

No era Louis.

Pero ese fue el día en que consiguió trabajo.

—Hace tiempo que no venía a un McDonald's —comentó Harry obviando totalmente lo último que dijo el pelirrojo.

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