Capítulo 5

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Ambos nos encontrábamos sentados uno delante del otro en la mesita de la sala. El solo se limitaba a jugar con su móvil mientras yo escribía algunas reglas de convivencia. Si, estaba consciente de que ya no era mi casa y que no debería exigir nada. Al contrario debía ser agradecida pero iba en contra de mi personalidad.

Dejé el lapicero a un lado de la hoja. El seguía jugando ignorando por completo mi existencia. Suspiré con cansancio, para coger el utensilio con el que recién escribía para lanzárselo. Al escuchar su quejido y verlo sobándose la frente sonreí con malicia. Sus ojos se dirigieron a mi como dos cuchillas de doble filo.

–Pudiste sacarme un ojo—regañó a lo que yo rodeé los ojos.

–Aquí tienes—dije entregándole la hoja.

–Estoy en una partida importante—volvió a quejarse.

Mis ojos se quedaron en el por un corto tiempo dándole a entender lo mucho que me importaba su forma de perder el tiempo. Luego de un combate de miradas decidió apagar su móvil y dejarlo a un lado de la mesa. Podía sentir su mirada de odio hacia mi. Aparte de una intrusa en su casa, le jodía sus juegos.

«Bien hecho, vas a ser corrida»

–Aún no entiendo para que insistes en poner reglas.

–Porque son necesarias.

–Estirada—murmuró.

–¿Qué dijiste?—pregunté consciente de que fue un pensamiento en voz alta.

–Que empecemos.

Sus ojos viajaron por la pequeña hoja de libreta en sus manos. El hermoso chico delante de mi no tenía hojas lisas a mano, tuvimos que utilizar las hojas rayadas escolares que se veía muy poco profesional. Yo y mis raras costumbres de ex-casi-futura-abogada.

El me observó antes de comenzar, yo esperaba con los brazos cruzado a que las leyera en voz alta, para saber su opinión.

–Regla número uno: se repartirán los quehaceres de la casa, incluyendo paga—mencionó—Esta no me parece mal.

«Claro que no, interesado»

–La número dos: todos los domingos mi hermano se quedará con nosotros.

Me mordí el interior de las mejillas esperando que tal le parece esa propuesta. La verdad es la única que no estaba segura si aceptaría o no. Era traer a alguien desconocido para el, a su propia casa. No lo iba a obligar, ni tan siquiera protestaría si me decía que no. Solo lo aceptaría, e iría a verlo ese día.

–Si quieres podemos quitarl...—su voz me interrumpió.

–Me parece genial, no vendría mal un pequeñín por aquí—le sonreí agradecida para luego el seguir con la lista—La número tres: Se establecerán horarios de baño—sus ojos me observaron con diversión—¿En serio? No creo que pueda pedirle a mis partes cuando no, y cuando si deban.

–Hablaba de horario de baño.

–Aún así, ¿y si me apetece bañarme a otra hora o simplemente caigo en un barranco y necesito bañarme?

–Okey, solo asegúrate de que este vacío.

–Bien. La número cuatro: Queda prohibido pasearse en ropa interior—tiró el papel indignado y vuelve a mi—Adiós comodidad.

Dramatiza, e hice todo lo posible para no reír ante esa escena graciosa. Esa imagen de él casi encuerado no quería repetirla. Bueno si, pero sería incómodo ya que vivimos juntos.

«Espera, ¿dijiste que si?»

–Número cinco: Si traes una chica, entre paréntesis—sonreí al escucharlo decir eso—para ya sabes, avisa con antelación.

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