–¡¿Donde estás?!—mi voz suena desesperada y preocupada a través de mi móvil.
–¿Tanto me extrañas?—dijo divertido, ¿no escuchó mi tono de voz?
Rodeé los ojos aunque sabía que él no podía verme, pero aún así pude escuchar una leve risita del otro lado de la llamada. ¿Siempre será así? Es un momento serio y se está riendo una vez más de mis malhumores. Abrí mis ojos al notar que estaba perdiendo el tiempo una vez más.
–¡Déjate de tonterías y ven corriendo!
–Quemaste la casa ¿cierto?—volvió a bromear, y respiré profundo para acumular más paciencia en mi.
–¡Kurbini! Te quiero aquí ya.
–Me estás asustando, ¿qué pasó?
–¿Me ves con cara de querer darte explicaciones?—pregunté con fuerza en mi voz.
Seguro así entendía.
–Bueno no te veo la cara, así que...—no podía ser, no otra vez. Colgué la llamada y lo dejé hablando solo, realmente necesitaba que llegara lo antes posible de ese tonto gimnasio que no hacía más que lavarle su cabecita.
Con cierta preocupación en mi rostro volví hacia donde me encontraba anteriormente. Llevaba más de media hora en la parte trasera de la casa esperando un milagro, pero como el milagro no llegaba, tuve que llamarlo yo. Por cada segundo que pasaba me encontraba más nerviosa, y solo podía pensar un modo de ocuparme yo misma del problema. Mis pies no dejaban de moverse de un lado hacia el otro.
–Estoy aquí—escuché detrás de mi y fui corriendo hacia el, lo más rápido que pude.
–Wow, eso fue rápido—expresé mi asombro, ni había tardo ni siquiera cinco minutos en llegar.
–Tu llamas, yo corro—me guiñó el ojo, e inconscientemente bufé y antes de que volviera a preguntar que pasaba le tomé del brazo y lo llevé a rastras hacia el árbol donde me encontraba antes de que llegara—¡Hey, hey! Sé que te gusta lo salvaje, pero la idea de que los vecinos nos vean no me parece educado.
Mis mejillas empezaban a hacer lo suyo, ¿ya he dicho lo mucho que odio que me sonroje? No estaba acostumbrada a esas tonterías, son cosas de adolescentes. Luego de disimular mi leve sonrojo me giré hacia él aún caminando y le mostré mi peor cara, si, la de pocos amigos.
–¿Qué? Podrían llamar a la policía.
–Kurbini—nos detuvimos finalmente debajo del árbol.
–¿Contra el árbol?—sus cejas se movían de arriba hacia abajo, Dios odiaba que fuera al gimnasio.
–¡Kurbini, cállate!—el dejó de sonreír cuando sintió el maullido ahogado del pequeñín que estaba justo encima de el.
–¿Un gato?
–Estaba en casa viendo televisión cuando escuché a un perro ladrar y los fuertes maullidos de ese pequeño, vine lo antes que pude y espanté al perro pero él ya estaba encima del árbol asustado, y sin poder bajar—asintió aún procesando todo lo que le había dicho, observamos al gato que aún parecía asustado.
–Y quieres que lo baje.
–Si, yo no alcanzo.
–¿Qué te hace pensar que yo si?—respondió un poco serio. Dios, que mala actitud.
–¡Kurbini, tiene miedo!—noté que analizó mi rostro por un corto tiempo. Luego de dar un fuerte suspiro y despeinar su cabello con una de sus manos habló.
–Está bien.
Observó por unos segundos el árbol, supongo que buscando los posibles lugares donde podía agarrarse para llegar hasta el. Preocupada me fijé en su pierna lesionada ¿Estará bien? Subió un pie con cuidado sobre el tronco del árbol, mientras que sus manos se agarraban de unas ramas más arriba. Así siguió subiendo poco a poco sobre el mismo hasta llegar hacia donde se encontraba el pequeñín. Al estar a su altura, noté que el gatito se erizó y se corrió un poco hacia atrás. Uno de los pies de Noah estaba fallando sobre su sostén, asustada fui hacia él y se la sostuve.
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Lila
Подростковая литератураLila Malley nunca había tenido la vida que tanto deseaba, y sus padres eran los verdaderos culpables de eso. Sus problemas la habían llevado a ser una discreta consumidora que a su debido tiempo provocó que sus sueños se desmoronaran y convirtieran...