Capítulo 3

2.7K 301 58
                                    


Cuando Alex descendió las empinadas escaleras de madera envuelta en una nube de exquisito perfume, se encontró a su hermana inclinada sobres sus papeles, en la misma postura en que la había dejado dos horas antes.

—¡No me lo puedo creer! ¡Kara, la copa de despedida de Barry empieza en quince minutos! Su hermana dio un respingo y pareció regresar de algún lugar lejano.

—¿Qué copa? —La miró, confusa. Alex puso los ojos en blanco.

—Barry. Jubilación. Ahora. Cámbiate. Ya.

La profesora se quitó las gafas y se masajeó el puente de la nariz entre el índice y el pulgar mientras cerraba los ojos.

—¿De verdad tengo que ir? —preguntó como una niña pequeña—. Estoy cansada.

—¡Vamos, Kar, no puedes fallarme, mueve el culo! —gritó su hermana, exasperada.

—Está bien, está bien, no hace falta que te pongas así...

Subió tan rápido que en el final del pasillo estuvo a punto de chocar con Lena que justo en ese momento salía de su habitación.

—Perdón. — la rubia agarró su brazo desnudo para evitar que se cayera mientras recorría con la mirada la atractiva figura femenina enfundada en un vestido discreto que realzaba su bonito cuerpo.

Observó que el pelo de la detective, recogido en un moño bajo, dejaba escapar algunos mechones que brillaban como la madera de wengué recién pulida y, de pronto, el ligero perfume que la rodeaba, fresco y sugerente, se coló por sus fosas nasales y penetró hasta su cerebro, produciéndole un ligero mareo. La pelinegra le dirigió una amable sonrisa.

—No se preocupe, profesora. Imagino que resulta difícil acostumbrarse a no tener la casa para una sola.

Sin contestar, Kara la soltó y se metió en su cuarto. Con un movimiento compulsivo abrió y cerró varias veces la mano; las yemas de los dedos todavía le cosquilleaban después de haber tocado aquella suave piel.

Un cuarto de hora después, tras darse una ducha y ponerse uno de los pocos trajes que colgaban en su armario, una camisa limpia y los primeros zapatos que encontró en el fondo de su armario, Kara se reunió abajo con las mujeres que la esperaban impacientes.

—¿De dónde ha salido ese traje? ¿Lo has comprado en una tienda de segunda mano? La profesora miró a su hermana, perpleja.

—¿Qué le pasa a mi traje? Lo tengo desde hace años.

—No hace falta que lo jures —contestó su hermana, sarcástica—. Llevas el saco más horrible que vi y podías haberte tomado la molestia de peinarte.

—¡Pero si me he peinado...! —protestó confusa Kara.

—Ya no tiene remedio —suspiró , resignada—, debemos irnos si no queremos llegar tarde.

Aliviada al no ser ya el centro de atención, Kara abrió la puerta para que pasaran y no se le escapó la mirada divertida que le lanzó la pequeña detective.

Molesta, la rubia frunció el ceño y salió detrás de ellas.

—Aquí está todo bastante cerca —explicó Alex—. La gente suele ir a todas partes andando o en bicicleta. Mi hermana, por ejemplo, hace años que no conduce. Por cierto, querida hermanita, ¿estará en la fiesta esa noviecita tuya de la que me hablaste? Estoy deseando conocerla.

—No hace falta que todo el mundo conozca mis intimidades —contestó la profesora, muy irritada.

—¡Tonterías! —Su hermana sacudió la melena con decisión—. Lena es ya como una hija para mí. Imagínate que es en verdad tu sobrina.

Nada más verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora