Capítulo 8

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Cuando Kara despertó a la mañana siguiente, Lena ya se había marchado.

La casa estaba extrañamente silenciosa y, mientras desayunaba sentada a la mesa de la cocina, echó de menos la presencia de la detective apoyada en la encimera de mármol bebiendo de su botella o sentada frente a ella en las raras ocasiones en que decidía tomarse un café y devorar unas cuantas tostadas. Cierto que, a esas horas de la mañana, ninguna de las dos tenía un ánimo muy conversador, pero la mutua compañía resultaba agradable.

Más tarde, tampoco oyó el sonido estridente de la música infernal que la pelinegra solía escuchar mientras se duchaba. Hasta ese momento había pensado que le molestaba, pero ahora añoraba el estruendo e, incluso, los sobrecogedores cánticos de Lena que desafinaba de una manera terrible.

Esa mañana nada pareció salir bien. En cuanto comenzó la clase, no pudo evitar maldecir en un par de ocasiones al equivocarse con la conexión de los cables. Luego, le costó encontrar en el ordenador los temas que se había preparado el día anterior y, durante su exposición, se confundió un par de veces con las diapositivas y perdió el hilo de la lección; fue en ese momento cuando la profesora cayó en la cuenta de lo fácil que resultaba acostumbrarse a una persona en poco tiempo.

Por lo menos había quedado a comer con Gayle, se dijo, aunque desde hacía algún tiempo, no sabía por qué, cada vez que la otra mujer abría la boca, ella se sentía vagamente irritada. Aparte de los temas relacionados con sus respectivas profesiones, le daba la sensación de que no lograban ponerse de acuerdo en nada más. No era que la detective Luthor y ella estuvieran de acuerdo en todo, ni mucho menos, pero tenían animadas discusiones en las que cada una intentaba convencer a la otra, cosa que rara vez ocurría. Sin embargo, Gayle exponía sus opiniones con un tono de finalidad tal que a la profesora no le quedaban ganas de rebatirlas.

A eso de las siete, salió de la biblioteca y regresó a su casa. En esta ocasión, al abrir la puerta tan solo le recibió el silencio que reinaba en la vivienda. Echaba de menos la silueta de Lena recostada sobre el sillón con los pies en alto, mientras sus dedos se movían de manera vertiginosa sobre el teclado de su portátil.

La profesora trató de borrar esas imágenes y sacudió la cabeza, irritada. Se sentó frente a su escritorio y trabajó durante un par de horas. Luego fue a la cocina a prepararse algo de comer y, mientras cenaba con la única compañía de un libro —cosa que no había hecho en las últimas semanas—, sintió cierta lástima de sí misma.

Lena llegó al aeropuerto de Edimburgo al mediodía, cogió un taxi y se dirigió al hotel donde había reservado habitación para dejar su equipaje. Luego miró en el móvil la dirección del marchante de arte que había dado la voz de alarma, paró otro taxi y se desplazó hasta la tienda de antigüedades que regentaba en el centro de la ciudad. Antes de llegar a su destino, le indicó al taxista que se detuviera, entró en un pequeño comercio a comprar un sándwich y se lo fue comiendo mientras caminaba en dirección a la tienda. Al pensar en los deliciosos platos que preparaba la señora Brown, y en las agradables comidas en compañía de la profesora no pudo evitar lanzar un suspiro.

Por fin, se detuvo frente a un pequeño escaparate rematado por un cartel verde y dorado que rezaba Campbell & Co. y empujó la puerta. En el interior, un hombre como de unos setenta años pasaba un plumero por un escritorio davenport de madera de raíz.

—Buenos días, ¿deseaba algo? —preguntó con amabilidad.

—Me gustaría hablar con el señor David Campbell.

—Yo mismo, para servirla. —El anciano le lanzó una sonrisa llena de dientes postizos.

—Soy la detective Luthor —Lena le mostró su placa—. Quisiera hacerle algunas preguntas si no tiene inconveniente, señor Campbell.

Nada más verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora