Capítulo 1

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—Ah, Kara, mi catedrática de Historia Antigua favorita...

La voz del warden del New College de la Universidad de Oxford retumbó en el enorme despacho revestido de paneles de roble antiguos. En cuanto escuchó aquel tono jovial, Kara supo que algo no marchaba bien. Mike Matthews era el tipo más desabrido del mundo; entre los directores de los colleges de Oxford se lo conocía con el mote de «el corcho», tanto por su carácter, áspero y seco, como por su capacidad para mantenerse a flote durante los continuos temporales que azotaban las altas esferas de la universidad.

Con un suspiro de resignación, Kara se preparó para afrontar lo que fuera que aquel hombre quisiera decirle.

—Buenos días, Mike. Si no te importa, será mejor que vayamos al grano, el seminario de noviembre me tiene muy ocupada.

—Kara, Kara, ¿Cuándo te darás cuenta de que no todo en la vida es trabajo y más trabajo? —La siniestra sonrisa manchada de nicotina que le dirigió hizo que Kara Danvers se estremeciera. Sin embargo, trató de disimularlo y se limitó a encogerse de hombros y a esperar a que el otro se dejara de rodeos y le contara, de una vez por todas, por qué la había mandado llamar.

—Siéntate, por favor —rogó Matthews, al tiempo que señalaba una silla de cuero desgastado frente a su desordenado escritorio.

Kara se sentó, estiró sus largas piernas frente ella y cruzó los tobillos de manera que quedó bien a la vista el color negro y marrón, respectivamente, de sus calcetines desparejados. El grueso hombrecillo que permanecía sentado tras la mesa observó con desagrado la despeinada coleta rubia, la informal chaqueta marrón y los viejos vaqueros, deformados en las rodillas, que lucía la desaliñada catedrática.

—No sé si sabes que hace unos meses se produjeron ciertos sucesos en la biblioteca del college... —empezó a decir el director mientras golpeaba con suavidad la pipa apagada que sostenía en una de sus manos contra el borde de la mesa.

Con los ojos clavados en una de las dos ventanas del despacho, desde la que se divisaba el impresionante mar de cúpulas y agujas puntiagudas de los antiguos edificios de Oxford que refulgían bajo la luz dorada de la mañana otoñal, Kara comentó sin mucho interés:

—He oído rumores de que algún chalado pintó algo en una de las mesas.

Su superior carraspeó un par de veces, como si le costara encontrar las palabras adecuadas, antes de continuar.

—Verás, además de las pintadas, muy ofensivas, por cierto, para los miembros de la Congregación, se produjo otro hecho mucho más grave. —Mike Matthews calló durante unos segundos y, por primera vez desde que entró en el despacho, los ojos azules de Kara lo miraron con algo de curiosidad a través de los gruesos cristales de sus gafas.

—Me tienes en ascuas, Mike.

Irritado por la burla evidente que encerraban sus palabras, el warden volvió a pensar, como había hecho en cientos de ocasiones, que era una lástima que Kara Danvers fuera una de las catedráticas de Historia Antigua más brillantes que habían pasado por la Universidad de Oxford. Nada le produciría mayor satisfacción que poder expulsar del college a aquella mujer zarrapastrosa que siempre parecía divertirse a su costa.

—Han desaparecido un par de ilustraciones de uno de los libros de la biblioteca — desembuchó Matthews, por fin, con brusquedad.

—¿De cuál exactamente? —La profesora recobró la seriedad en el acto.

—De la Ética nicomáquea de Aristóteles del siglo XV.

—¡Imposible! —exclamó, boquiabierta—. ¿Cómo ha podido mantenerse en secreto semejante noticia?

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