Capítulo 4

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Durante el resto de la mañana, Kara trabajó tras su escritorio en completo silencio. De vez en cuando, levantaba la cabeza de sus papeles y miraba de reojo a aquella inquilina no deseada. Recostada en el sofá y con los pies, calzados tan solo con unos calcetines, apoyados sobre uno de los almohadones de terciopelo, la detective tecleaba sin pausa en su portátil y, al verla, la profesora decidió que, para variar, era agradable trabajar sintiendo la presencia de otra persona a su lado. Estaba tan a gusto que el tiempo pareció transcurrir más rápido que en otras ocasiones.

—Creo que, por ahora, ya hemos trabajado lo suficiente. Será mejor que hagamos una pausa para comer. —la rubia flexionó el cuello a uno y otro lado antes de levantarse de la silla.

La detective apenas despegó sus ojos del ordenador un segundo para contestarle.

—No suelo comer a estas horas. Como mucho, un sándwich de vez en cuando en la oficina.

—¡Tonterías! —La miró una vez más con el ceño fruncido—. Tienes que alimentarte correctamente, Lena. Además has estado haciendo ejercicio. La señora Brown siempre me deja algo listo para comer. Lo calentaré.

—De verdad, no te molestes —respondió ella sin levantar la vista de la pantalla del portátil.

La profesora entró en la cocina y sacó una fuente de pastel de carne de la nevera, la metió unos minutos en el microondas y, mientras se calentaba, puso dos cubiertos en la mesa. Condimentó la ensalada que la señora Brown había dejado preparada, sacó unas copas y una botella de vino y, cuando todo estuvo listo, volvió al salón.

—¡A comer! —anunció con su voz profunda.

La detective dio un respingo y alzó los ojos hacia ella, sobresaltada.

—Ya te he dicho...

—Tienes que comer —la interrumpió, inflexible, con el mismo tono que empleaba con sus alumnos más obstinados.

—¡Oh, está bien! —Lena se dio por vencida y se levantó del sofá de mala gana.

Sin embargo, en cuanto vio la comida dispuesta sobre la mesa de la cocina se dio cuenta de que, en realidad, estaba hambrienta.

—¡Umm! Está delicioso —afirmó tras llevarse el tenedor a la boca—. Casi no recuerdo la última vez que me senté a almorzar en una mesa como Dios manda. En general, me como un sándwich o una hamburguesa por la calle mientras voy o vengo de algún lugar.

Mientras la observaba comer con apetito, Kara decidió que le gustaban las pecas de su nariz.

—Es importante alimentarse bien. Yo misma en cuanto tengo hambre me pongo de mal humor.

—No me extraña —la miró divertida—, eres una tipa gruñona. Me imagino que tendrás que comer a menudo para no pagarlo con tus alumnos.

La fascinante sonrisa de la profesora asomó de nuevo.

—Por supuesto, algunas de mis alumnas llevan chocolates en el bolso, por si me pongo violenta.

Ella no pudo contener una carcajada, y Kara pensó que cuando el rostro de la pelinegra se suavizaba y perdía su frialdad resultaba absolutamente hermoso.

—Dime, Lena, ¿Cómo va la investigación? —preguntó recuperando la seriedad.

La detective se relajó contra el respaldo de la silla antes de contestar.

—Por ahora sé casi lo mismo que tú. Primero aparecieron las pintadas en la mesa de la biblioteca con insultos obscenos dirigidos a los miembros de la Congregación, luego siguió el robo de las ilustraciones del libro de Aristóteles y, por último, desapareció el báculo. Imagino que las ilustraciones serán fáciles de vender en tiendas de antigüedades de dudosa reputación, pero me extrañaría que alguien pudiera ofrecer el báculo en el mercado negro sin que se produjese un revuelo considerable.

Nada más verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora