Capítulo 11

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—¡Buen trabajo, profesora! —la felicitó Lena con entusiasmo, a pesar de que, incluso a la escasa luz de la farola, se notaba que estaba muy pálida.

—¿Te ha hecho daño este malnacido? —preguntó Kara, intranquila.

—Nada que una buena pomada antiinflamatoria no pueda arreglar. —Bajo el tono despreocupado, la rubia percibió un atisbo de dolor.

La detective se volvió hacia el guarda de seguridad que lo observaba todo con los ojos muy abiertos, incapaz de dar crédito a lo que estaba ocurriendo aquella noche delante de sus narices. El suceso más emocionante al que se había enfrentado durante los cuatro años que llevaba de vigilante en el college había sido una pelea entre dos estudiantes en sujetador, completamente borrachas, que se tiraban de los pelos con saña.

—Llévelos al calabozo de la comisaría más próxima —ordenó la detective, al tiempo que le mostraba su placa—, y dígales que mañana se pasará por allí la detective Luthor, de Scotland Yard, para interrogarlos. Que los encierren separados. Y sea discreto, amigo.

—Sí, señorita. —El admirado vigilante estuvo a punto de cuadrarse ante ella.

—Será mejor que volvamos a casa, profesora.

Kara asintió y, sin decir nada, le pasó un brazo por la cintura, para ayudarla a recorrer los pocos metros que las separaban de la vivienda.

Al percibir de nuevo la palidez de su rostro la profesora preguntó:

—¿Quieres que te lleve a urgencias?

—No es necesario, de verdad. Por mi profesión sé lo bastante de medicina para darme cuenta de que no es más que una simple contusión.

Al ver como la detective se mordía el labio inferior al intentar subir el primer escalón de piedra de la entrada, la ojiazul la cogió en brazos y, como si no pesara más que un bebé, la llevó hasta el salón y la depositó con suavidad sobre uno de los sofás.

—No te muevas —ordenó.

La pelinegra estaba tan dolorida que, por una vez, obedeció sin rechistar. La profesora fue a la cocina, buscó en el botiquín que guardaba en uno de los armarios y volvió enseguida con unas pastillas, un vaso de agua y una pomada.

—Tómate una de estas —dijo, al tiempo que le tendía el vaso y un analgésico.

Lena se tomó la pastilla y bebió un buen trago de agua.

—Gracias, profesora.

—Te ayudaré a quitarte la chaqueta. —Con dedos torpes, bajó la cremallera de la sudadera de algodón y se la quitó con mucho cuidado—. Date la vuelta y túmbate en el sofá.

—De verdad, no es nece...

—Será mejor que obedezcas, Lena Kieran Luthor, o te prometo que te llevaré ahora mismo al hospital más cercano —la interrumpió sin contemplaciones.

—No me gusta que me des órdenes, no soy una niña, además... —Sin dejar de protestar, la detective hizo lo que le decía y se tumbó sobre el sofá boca abajo. Los labios de Kara esbozaron una sonrisa de diversión al oírla refunfuñar.

Con suavidad, levantó la camiseta de algodón y se detuvo, pudorosamente, justo antes de llegar a la tira del sujetador. Lena llevaba unos pantalones de chándal de cintura baja y, una vez más, la pequeña mariposa azul, que resaltaba, llamativa, sobre la piel blanca, atrajo las pupilas de Kara como un imán. Sacudió la cabeza, enojada consigo misma, y anunció en un tono que esperó que fuera lo más normal posible:

Nada más verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora