Capítulo 7

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En diez minutos llegaron a un restaurante cuyo cocinero, un español residente en Inglaterra desde hacía años, preparaba una comida exquisita. La profesora era clienta habitual, así que el mismo Pedro salió a recibirla y las acomodó en una de las mejores mesas, junto a un ventanal que daba a un bonito patio lleno de plantas.

—En verano es una delicia comer en el patio —comentó Kara.

—Me gusta mucho este lugar, es muy acogedor. —La detective miró a su alrededor con agrado.

—Te encantará la comida, ya verás. ¿Te gustaría tomar vino tinto o prefieres otra cosa?

—El vino está bien, gracias.

La comida resultó un éxito, los platos eran deliciosos y el vino, un Rioja que, aunque la pelinegra no era ninguna experta en el tema, le pareció extraordinario. La profesora, a pesar de haber pasado toda la mañana lejos de sus queridos libros, estaba muy animada y resultó una anfitriona amena y divertida. Siempre que estaba con la rubia a solas, a Lena le sorprendía su gran sentido del humor; con su aspecto de sabia ermitaña y distraída era lo último que alguien esperaría de ella; pero era innegable que, a pesar de que no se parecían nada en lo físico, tenía mucho en común con su hermana Alexandra.

Cuando llegaron al postre, Lena se sentía agradablemente mareada.

—Espero que no hagan controles de alcoholemia a los ciclistas... —rogó, recostándose sobre el respaldo de su silla.

La profesora le dedicó una ligera sonrisa mientras observaba su aspecto satisfecho. La brillante melena oscura enmarcaba el rostro delicado, de manera que sus ojos se veían enormes. Sus mejillas lucían un ligero tinte rosado y, una vez más, Kara no pudo evitar pensar que era una chica preciosa.

—Muchas gracias por la invitación, profesora, creo que ha sido una de las comidas más deliciosas que he disfrutado en mi vida. —Se palmeó el estómago con un expresivo gesto.

—Soy yo la que debo darte las gracias, Lena. Me has dedicado toda la mañana y, a pesar de que en principio el plan no parecía muy prometedor, reconozco que lo he pasado muy bien.

La profesora le dirigió una de sus seductoras sonrisas y ella, con la guardia algo más baja que de costumbre por efecto del vino, acusó el impacto. El pensamiento de que esa mujer rubia podía resultar peligrosa se coló de nuevo en su cabeza, pero, con la sensación de invulnerabilidad propia del que ha consumido más alcohol de la cuenta, lo hizo a un lado sin darle mayor importancia.

Volvieron pedaleando con precaución y cuando llegaron a la casa, la detective suspiró.

—En realidad lo que me apetece es dormir una buena siesta.

—Pues no seas tonta y échate un rato. —La profesora abrió la puerta y la sujetó para que pasara.

—Tengo un montón de cosas pendientes... —respondió, dubitativa.

—Prometo despertarte en una hora. Si estás medio dormida no vas a rendir mucho.—Sus palabras le parecieron a Lena de una lógica aplastante.

—Tienes razón, subiré a acostarme un rato pero, por favor, no me dejes dormir más de una hora, si no, sé que me levantaré de un humor de perros.

Kara sacudió la cabeza.

—No te preocupes, no creo que me guste verte de mal humor. Tu carácter ya es lo bastante difícil, como para añadirle también el enojo.

Lena hizo una mueca y, sin contestar, se dio media vuelta y subió con rapidez las escaleras. Divertida, la profesora se sentó en su escritorio y se puso a trabajar. Al cabo de lo que se le parecieron tan solo unos minutos miró el reloj y vio que había pasado una hora y cuarto. Con rapidez, subió la escalera y abrió la puerta del dormitorio muy despacio.

Nada más verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora