Capítulo 12

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Alex y su familia descendieron tres días después sobre sus plácidas vidas y, como la cola de un tornado, lo pusieron todo patas arriba. Lena no tenía mucha experiencia en el trato con niños, pero Jackson y Rubí, de ocho y diez años respectivamente, le cayeron bien desde el principio. Desde luego, no podía decirse que fueran niños modélicos —la mayoría de las veces no se les ocurría nada bueno—, pero la detective, que conocía bien la psicología humana, captó a la primera ojeada que no eran malos.

Como había predicho la profesora, enseguida empezó un maratón de excursiones por los alrededores: Stow on the Wold, Broadway, Burford, Castle Combe... Lena, que nunca había visitado los Costwolds, quedó encantada con la visión de aquellos idílicos pueblecitos. Otro día lo pasaron en Bath; visitaron sus termas y el resto de la elegante ciudad que había sido el lugar de veraneo favorito de la aristocracia inglesa durante la época de la Regencia.

A la detective, que carecía de parientes, la convivencia con la alegre y turbulenta familia de la profesora Danvers le pareció encantadora. Alex era la hermana que nunca había tenido y no recordaba una época en su vida en la que se hubiera reído más. El ceño de la profesora se fruncía con frecuencia al mirarlas reírse de las cosas más absurdas. En cambio, Sam, la mujer de Alex, parecía disfrutar viendo a su esposa feliz y Lena sintió una envidia sana al notar lo enamorada que estaba de su mujer.

Una gélida mañana de diciembre en la que, a pesar de que no llovía, el cielo semejaba una helada bóveda gris, Alex decidió que saldrían a dar un paseo en barca y llevarían lo necesario para hacer un picnic después.

—¡Estás loca, Alexandra! ¿Quieres que nos quedemos congelados y muramos todos de pulmonía? —protestó la profesora ante la propuesta de su hermana.

—¡Por Dios, Kara, no exageres! —Mientras hablaba, Alex no permanecía quieta y añadía nuevas delicias a la enorme cesta de picnic—. Si tuviéramos que esperar al buen tiempo para hacer excursiones, no nos moveríamos del sillón junto a la chimenea hasta bien entrada la primavera y, quizá, ni siquiera entonces tendríamos asegurado un día en condiciones. Lo único que tienen que hacer todos es abrigarse bien.

—Estás loca, yo no voy —declaró Kara, tajante, con su expresión más severa.

Su hermana dejó lo que estaba haciendo y suplicó:

—¡Por favor, Kara, no puedes fallarme ahora!

A Alex no se le escapó la mirada cómplice que intercambiaron Kara y Lena.

—No se estarán riendo de mí, ¿verdad? —preguntó, al tiempo que las examinaba con suspicacia. Sin embargo, las dos le devolvieron sus miradas más inocentes y ella se tranquilizó en el acto.

—Entonces decidido. Ya tengo lista la cesta para el picnic, ¡se van a chupar los dedos!

Un poco más tarde, la familia al completo, reunida en el interior de la caseta de madera que había en el pequeño muelle cerca del Magdalen Bridge, negociaba el alquiler de un par de punts, unas embarcaciones de fondo plano que se manejaban con unas largas varas de madera. A diferencia de lo que ocurría en pleno verano cuando Oxford era invadida por hordas de turistas, aquel día eran los únicos clientes.

El frío era intenso, y hasta el hombre que les alquiló las barcas los miró como si pensara que no estaban muy bien de la cabeza; sin embargo, ante la insistencia de Alex llevaban tantas capas de ropa que casi ni lo notaban. Media hora después, las dos embarcaciones se deslizaban con placidez por el río Isis, nombre que recibía el Támesis a su paso por la ciudad de Oxford. La profesora y Sam impulsaban los punts clavando las varas en el fondo arenoso. Parecía muy sencillo, pero, cuando Jack convenció a su tía para que le dejara probar, la vara se quedó clavada en mitad del río mientras la barca seguía avanzando por pura inercia.

Nada más verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora