Capítulo 13

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Los días volvieron a un amago de normalidad. Gran parte de los alumnos había regresado a sus casas para pasar las vacaciones de Navidad; pero, en opinión de Lena, se debían haber quedado la mayoría de las chicas allí, pues en cuanto la profesora Danvers salía de la biblioteca, se formaba a su alrededor un coro de jóvenes y atractivas estudiantes.

La ojiazul respondía a sus preguntas, algunas absurdas, con paciencia y buen humor, pero no parecía percatarse de que la mayoría de las chicas se acercaban a ella no porque estuvieran interesadas en conocer más cosas sobre los fascinantes personajes de la Historia Antigua, sino, más bien, para ver si conseguían causar en la fascinante profesora Danvers aunque sea solo una impresión pasajera.

Lena observaba el fenómeno divertida y también, debía reconocerlo, vagamente molesta. La verdad era que la nueva profesora Danvers, despojada del disfraz tras el que se había ocultado todos esos años, resultaba una mujer tremendamente seductora con sus rasgos delicados y su atrayente sonrisa. Además, la ropa que habían comprado juntas resaltaba su elegante y esbelta figura, pero lo mejor de todo —y lo que la hacía aún más encantadora a los ojos de la detective— era que seguía sin ser consciente de su propio atractivo.

En realidad, lo que estaba volviendo loca a Lena era la forma que tenía de tratarla. Si bien era cierto que no podía quejarse, pues, como se decía una y otra vez, el comportamiento de la profesora era puntillosamente educado y correcto, ella se moría por besarla y hacer el amor con ella una vez más. Maquiavélica, la ojiverde la tocaba con disimulo cada vez que pasaba a su lado en la pequeña cocina o fingía leer algo en la pantalla del ordenador de la profesora y aprovechaba para rozar su hombro con su pecho y aspirar el delicioso olor de su perfume.

Nada, era inútil.

A pesar de que la rubia no se apartaba y de que, invariablemente, respondía con amabilidad, su proximidad no parecía afectarla lo más mínimo y la detective Luthor a veces sentía ganas de gritar.

No entendía qué demonios le pasaba. Hasta ese momento, en los asuntos amorosos estaba acostumbrada a llevar la voz cantante. De hecho, era ella, Lena Luthor, la que solía acabar con las relaciones en cuanto notaba que su compañero de turno empezaba a volverse demasiado posesivo, pero en esta ocasión todo ocurría al revés. Aquella mujer, amable y enervante, no parecía sentir el más mínimo interés por ella.

La profesora Danvers, siguiendo el ejemplo de Epaminondas, aquel griego famoso por ser uno de los tácticos militares más astutos de todos los tiempos, había planeado una elaborada estrategia que llevaba a cabo sin desviarse un milímetro. Era consciente de la frustración de Lena y, aunque sus maniobras le estaban costando noches enteras sin dormir y gran cantidad de interminables duchas frías, estaba convencida de que iba por el buen camino.

A veces, cuando la veía sentada en el sofá, enfrascada por completo en sus documentos o tecleando sin pausa en el portátil, tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para no inclinarse sobre la aterciopelada piel de su nuca —que el moño informal que se hacía con un lápiz dejaba al descubierto— y besarla hasta que se retorciera de deseo.

Solo en una ocasión estuvo a punto de perder el control, de mandarlo todo al diablo y rendirse al ansia irrefrenable de hacerla suya de nuevo. 

(FlashBack)

Aquel día se encontraban en la cocina preparando la cena. Lena acababa de calentar un poco de agua en el microondas para hacerse un té y, distraída, cogió la taza por el asa sin darse cuenta de que quemaba. Lanzó una exclamación de dolor y la soltó en el acto, y la taza se estrelló contra el suelo y se hizo pedazos.

—¿Te has hecho daño? ¡Déjame ver! —Enseguida, Kara estuvo a su lado, le cogió la mano entre las suyas y la examinó para ver si tenía alguna quemadura.

Nada más verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora